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Contra el papado de Roma, fundado por el diablo (1545)

Libro a la venta

Por primera vez en castellano el último libro completo que publicó el Dr. Lutero.

Contra el papado de Roma es un libro polémico, un ataque socarrón y burlón al papado de Roma y a la autoridad del pontífice como jefe supremo de la cristiandad. Aquí encontramos al Lutero más faltón y más desvergonzado, pero al mismo tiempo, a un excelente difusor de la doctrina cristiana que ofrece una lectura impecable de Mateo 16:18 y Juan 21:15. Además, se adjunta la obrita de caricaturas satíricas antipapales llamada: Imagen del papado, auténtica obra maestra de la iconografía protestante. Indispensable para el lector evangélico, necesario para el erudito. Aquí tienes una muestra.

Ficha de libro: Martín Lutero. Contra el papado de Roma, fundado por el diablo ; Imagen del papado. Edición a cargo de Gabriel Tomás. Barcelona: [Publidisa], 2012. ISBN: 9788461522354.

Algunas instituciones que ya tienen este libro:
Algunas opiniones de expertos:
  • "Luther holds forth no hope for the reformation of the Roman Catholic church in this attack on the corrupt Reinassance papacy, which Luther sees as a demonic institution and the Antichrist attacking God's authority on earth, both secular and spiritual." (Waibel, 121)

Antecedentes históricos.

Carlos V
El escrito de Lutero que aquí presentamos –el más vitriólico de los que jamás escribió el Reformador– se enmarca dentro de la pugna que entonces libraban el emperador Carlos V y el papado en torno a la celebración de un concilio general que resolviera los problemas religiosos de Alemania. La lucha por el concilio (como lo llama H. Jedin) venía de lejos[1], y era una reivindicación imperial que Carlos había hecho suya, pero que topó desde un principio con la férrea resistencia del papa[2]. Ambos mandatarios tenían opiniones divergentes sobre la idoneidad de convocar un concilio en la forma y en los términos que reclamaban “los herejes luteranos”. Mientras que para el emperador, el concilio era una solución plausible al problema que dividía a los estados del Imperio; para el papa, en cambio, suponía un riesgo evidente para su poder, ya que, según como se desarrollara, podían volver a triunfar las tesis conciliaristas, expuestas en los concilios de Constanza y Basilea, que consideraban el concilio ecuménico como la suprema autoridad de la Iglesia, elevándolo por encima del papado.
Además, hay que recordar que el papado renacentista unía a su condición de cabeza de la Iglesia, la de ser también una cabeza política, un príncipe (con todos sus atributos) que gobernaba con mano dura los Estados Pontificios. No es de extrañar, pues, que a menudo sus intereses mundanos de soberano interfirieran en los religiosos. Esto explica que las relaciones entre el papa y el emperador nunca fueran lo buenas que cabría esperar de las dos cabezas de la iglesia católica. En efecto, para el papa, Carlos era un rival político debido a las posesiones italianas que éste había heredado por parte aragonesa (Sicilia, Nápoles, etc.), y que suponían una amenaza real para la correlación de fuerzas que la Santa Sede propugnaba. Por esa razón, en el tablero político-diplomático italiano, los papas siempre jugaron un papel de oposición al emperador, y no dudaron en alentar y hasta organizar alianzas con otros estados italianos y en especial con Francia[3].
A comienzos del año 1544, las relaciones entre Carlos V y Pablo III eran más bien distantes. Por enésima vez el emperador guerreaba contra Francisco I de Francia y en esta ocasión el papa se mantenía neutral, absteniéndose de apoyar a uno frente a otro. Pero, esta actitud no era bien vista por Carlos, ya que el emperador esperaba que el papa le apoyara a él, sobre todo desde el momento que se supo que el francés había pactado con los turcos, los enemigos declarados de la cristiandad. A pesar de todo, Pablo III optó por no involucrase. Por un lado, no quería cambiar la tradicional política filo-francesa del papado y, por otro, temía que si rompía abiertamente con Francisco, éste no dudaría en poner en marcha un proceso cismático, de ruptura con Roma, a semejanza de lo que había hecho Enrique VIII en Inglaterra. Por esa razón, el papa decidió intervenir sólo para pedir la paz entre ambos monarcas.

La 4ª Dieta de Espira.

En este clima de desconfianza mutua, que muchas veces ni siquiera el lenguaje diplomático llegaba a disimular, el emperador decidió jugar sus cartas en Alemania. Necesitaba la ayuda económica y logística de los príncipes alemanes para vencer a sus enemigos y la mejor forma de lograrla era aceptando sus peticiones en materia religiosa al margen de Roma. Por eso, durante la Dieta de Espira de 1544, con la vista puesta en su contienda con Francia, Carlos aceptó la aprobación de algunas medidas encaminadas a reconocer el status quo que se había consolidado en el Imperio con la difusión de la Reforma. En consecuencia, se suspendieron los procedimientos judiciales en curso contra los protestantes en la Corte Imperial de Justicia (Reichskammergericht) y se abolieron los decretos de las dietas anteriores contra ellos[4]. En la práctica, esto conjunto de medidas legales supuso el reconocimiento de un estado de tolerancia religiosa sin precedentes en el Imperio.
El documento conclusivo de esa dieta (recessus), publicado el 10 de junio, contemplaba además la celebración, en el término de un año, de una dieta o sínodo nacional alemán que debía tener por finalidad solventar las disensiones religiosas en Alemania, al menos hasta que se celebrara un concilio general de la Iglesia. En el escrito no se hacía ninguna referencia al papa ni a las autoridades eclesiásticas romanas, sino que las negociaciones en esta materia debían conducirse en base a las propuestas que el emperador y los estados del Imperio hiciesen por medio de sus propios teólogos. Este documento adquiere mayor importancia, si cabe, por el hecho de que fue el propio emperador quien asumió directamente la responsabilidad de su redacción ex plenitudine suæ potestatis.
Sin duda el resultado de la Dieta de Espira fue un triunfo de los príncipes y estados protestantes (coaligados en la defensa de sus intereses en la Liga de Esmalcalda) ya que vieron reconocidas gran parte de sus reclamaciones. Sin embargo, habría que aclarar que este triunfo no dejaba de tener un alcance limitado porque el emperador lo permitió obligado por las circunstancias, y algunos albergaban serias dudas de que se cumpliera en todos sus puntos. Por el momento Carlos tenía lo que quería, que eran los subsidios para continuar su guerra contra Francia. Además, al amagar con celebrar un concilio en Alemania, transfería más presión al papa para que acelerara la convocatoria del concilio ecuménico que debía tener lugar en Trento, al tiempo que recuperaba la iniciativa política en este terreno. Como se constata por las fuentes, el concilio siempre estuvo pendiente de los avatares de la alta política europea, y ahí cada uno jugaba sus bazas lo mejor que podía.

El breve papal.

Pablo III
Cuando el recessus se conoció en Roma saltaron todas las alarmas. Finalmente, parecía vislumbrarse la posibilidad de que los asuntos religiosos que se discutían en Alemania se arreglasen al margen de la Sede romana. En un consistorio reunido el 30 de julio, el papa y los cardenales de la curia abordaron el problema, pero no se pusieron de acuerdo en el escrito de respuesta que la situación requería. En efecto, cuando se presentó a los allí reunidos un borrador para su aprobación, fue rechazado al considerarse que estaba redactado en un tono excesivamente duro. Aunque el papa y el resto de la curia eran conscientes de que el emperador había ido demasiado lejos en sus concesiones, no era cuestión de romper con él por completo y arrojarlo en manos de los protestantes. Así pues, la diplomacia vaticana trabajó en un segundo redactado. Era aconsejable adoptar un tono de firmeza, sí, pero paternal y apostólico a la vez, que apelara a la condición católica de su Alteza Imperial. Con esta finalidad, se emitió un breve admonitorio el 24 de agosto[5], en un tono mucho más amable que la copia anterior, que pasó a ser la respuesta oficial del Santo Padre al recessus de Espira. El original del breve se envió al emperador Carlos y también cartas conminatorias al canciller Granvela y al confesor del emperador Pedro de Soto.
El documento papal incidía en dos aspectos que para la Santa Sede eran irrenunciables. Por un lado, el poder de convocar un concilio recaía exclusivamente en el papa. El emperador carecía de autoridad para reunir un concilio, un sínodo o una dieta nacional alemana que abordase aspectos relacionados con la doctrina y el magisterio de la Iglesia. Este punto era capital, porque de ello dependía –según decían los romanos– la propia supervivencia de la Iglesia. Por otro lado, el breve también ponía en cuestión que los herejes (o “la secta luterana”, como se llamaba en Roma a los protestantes) pudieran participar en un concilio ecuménico de la Iglesia católica. En este sentido, el emperador tenía que dar marcha atrás a cualquier medida adoptada y que supusiera un reconocimiento implícito o explícito de la herejía. Planteado en estos términos, el emperador lo único que debía hacer era garantizar la paz en sus territorios, para que así, con seguridad, se pudiera desarrollar el concilio general tanto tiempo esperado. Si el emperador no rectificaba, la Santa Sede procedería contra él. Ésa era la amenaza que subyacía en todo el escrito.
El cardenal Morone había de ser el encargado de entregar la carta papal al emperador. Pero la guerra que en aquellos momentos sostenía Carlos V contra Francia le impidió cumplir su misión. Aunque el breve se llevó a la corte imperial de Bruselas a principios de octubre, oficialmente el emperador no la recibió allí, sino que supo de su contenido más tarde por una copia (¿finales de noviembre?). Para entonces las cosas habían cambiado mucho en la escena internacional. El Emperador y Francisco I habían firmado la Paz en Crêpy el 17 de setiembre, y de esta forma Carlos pudo dedicarse de pleno a buscar una solución definitiva al problema religioso alemán. En una cláusula secreta del tratado, el rey francés se comprometió a permitir que los prelados de su país asistiesen al concilio ecuménico que se preveía celebrar próximamente.
El 19 de noviembre el papa facilitaba las cosas promulgando la bula convocatoria del concilio en Trento, Lætare Hierusalem, lo cual ya era de por sí una prueba de la aproximación de las po siciones entre Carlos V y la Santa Sede[6]. En efecto, el papa estaba dispuesto a reunir el concilio que debía comenzar el 15 marzo de 1545 y, por su parte, el emperador dejó de contemplar la posibilidad de llevar a término un concilio nacional alemán al margen de Roma. Por tanto, la causa principal que había motivado el breve papal de agosto se había desvanecido. Normalmente se suele alabar la actitud que en todos esos meses mostró el emperador al no querer entrar en polémica con el papa, lo cual favoreció el restablecimiento de la alianza entre ambos a finales de 1544.

El segundo breve.

Como hemos mencionado antes, un consistorio de finales de julio rechazó un primer borrador de breve papal al considerar que estaba redactado en términos excesivamente duros. Sin embargo, la vida de este documento no se acabó ahí, sino que, lejos de ser destruido, también se dio a conocer fuera de los despachos vaticanos[7]. En efecto, los príncipes alemanes conocieron su contenido antes incluso de tener en sus manos el breve papal oficial, el del 24 de agosto. Ya el 13 de diciembre Melanchthon cuenta en una carta a Joachim Camerarius que tenía en su poder la “admonición agria e insultante”[8] que el papa había dirigido al emperador; una copia que seguramente había obtenido de los hermanos evangélicos de Venecia. Lutero se hace eco de ella en una carta de principios de enero de 1545 a un íntimo suyo, Nikolaus von Amsdorf: “Vi la carta o breve papal y me pareció más bien un pasquín”[9].
No deja de ser sorprendente que llegara a poder de Lutero el borrador del breve papal, ya que en teoría se trataba de un documento de trabajo elaborado por los miembros de la curia para su discusión interna. Los investigadores apuntan a que fue el obispo Cava, enviado a finales de agosto de 1544 como legado papal a Alemania con la misión de entregar las cartas al rey Fernando I y a los príncipes católicos alemanes, quien habría llevado consigo también el polémico borrador para distribuirlo allí entre sus afectos. Sin que fuera ésa su intención, el documento acabó llegando a poder de los protestantes. ¿Por qué llevaba el legado papal ese escrito? Eso no lo sabemos con seguridad, pero podemos hacer algunas conjeturas al respecto[10].
Fernando I
Visto el nerviosismo que el recessus causó en Roma, no hay que descartar que el papa quisiera mostrar un documento tan duro para con el emperador a sus aliados alemanes, a fin de reafirmar su autoridad y minar la de Carlos ante ellos. Sería una especie de maniobra diplomática paralela para contentar a los príncipes más críticos con la política imperial de aproximación a los protestantes. Fue, en definitiva, un golpe bajo al emperador y a su política alemana. Con razón más tarde, durante las sesiones de la Dieta de Worms (en abril de 1545), el canciller Granvela se quejará con firmeza ante el nuncio Mignanelli de la misión del obispo de Cava, dado que había permitido que el rey Fernando y los príncipes del Imperio conocieran el breve papal antes que el propio emperador, dando así ocasión a los protestantes para atacarlo.

El panfleto antipapal.

Recapitulemos: Tenemos, en primer lugar, el documento conclusivo de la Dieta de Espira o recessus, en el cual el emperador hace importantes concesiones a los príncipes protestantes en materia religiosa. A continuación se produce la respuesta dada por el papa a ese documento en forma de breve admonitorio. A este breve oficial, hay que añadir otro breve oficioso o borrador, anterior en el tiempo y redactado en términos más severos, pero que también circula y se conoce en las cortes de los estados alemanes[11]. Finalmente, cuando en septiembre acaba la guerra del emperador con Francia, el papa emite, al cabo de dos meses (en noviembre), la bula convocando el concilio ecuménico en Trento.
Para el bando protestante, los breves papales eran la prueba palpable del distanciamiento entre el emperador y el papa; de ahí que los principales líderes de la Liga de Esmalcalda, el landgrave Felipe de Hesse y el príncipe elector Juan Federico de Sajonia, no dudaran en utilizar dichos breves para ahondar en la brecha abierta entre las dos cabezas del partido católico. El tono monitorio con el que el papa se dirigía al emperador –que en el caso del borrador podía calificarse directamente de irrespetuoso– era percibido como una ofensa intolerable, un intento de injerencia en los asuntos internos alemanes que no podía quedar sin respuesta. Estaba claro que se debía defender la decisión imperial tomada en Espira, ¿y quién mejor que el Dr. Martinus para dar la respuesta que el papa se merecía?[12]
Pero a Lutero tampoco se le tenía que azuzar demasiado para que escribiera en contra del papado. En la misma carta a Amsdorf que hemos mencionado anteriormente, acaba diciendo en referencia al breve papal: “No tardaré en pintarlo con sus verdaderos colores, si la salud y el tiempo me lo permiten”[13]. Por lo tanto, el hambre de Lutero por atacar al papado (que según dice le provocaba: meine grosse Anfechtung, mi gran amargura) se unía en este caso con las ganas de comer de su señor territorial, Juan Federico, por presentarse a la próxima dieta imperial en Worms con un arma propagandística de primer orden que pusiera en solfa la potestad del Santo Padre. Una dieta, por cierto, que se antojaba difícil para la causa protestante después de la renovada alianza entre el papa y el emperador y el inicio del concilio previsto en Trento.

Contra el papado de Roma, fundado por el diablo[14] es, por consiguiente, la respuesta de Lutero a los dos breves papales que, como hemos visto, llegaron por diferentes vías a su poder. Herr Doktor cree que los dos han sido remitidos al César y su objetivo es desmontar la argumentación papal que niega el derecho de Carlos V a convocar un concilio aduciendo que sólo el papa “tiene el poder soberano de convocar los concilios, de establecer y ordenar todo lo que pertenece a la unidad y utilidad de la Iglesia”[15].
La primera parte del panfleto es, pues, una crítica mordaz y demoledora del papado y de los concilios auspiciados por los papas, al tiempo que arremete contra Pablo III en persona. El autor hace un repaso de la historia reciente de los concilios (con especial mención a los realizados en Constanza y Basilea) y recuerda la reclamación alemana de celebrar “un concilio libre, cristiano y en tierras alemanas”. Para Fray Martín resultaba evidente que los papas nunca celebrarían un concilio digno de tal nombre, a lo sumo propiciarían una reunión de aduladores dispuestos a ratificar todo cuanto se les propusiera desde las altas instancias. En contra del “concilio papal”, sostiene y defiende el derecho y el deber que asiste a Carlos V para convocar concilios, como hicieron los grandes emperadores del pasado: Constantino, Carlomagno, etc.
Al final de esta introducción, Lutero cita los tres puntos que se ha propuesto abordar y que son la respuesta formal a los argumentos que el papa expone en sus dos breves, especialmente en el borrador, en base a los cuales se siente legitimado para amonestar al emperador. Los asuntos en cuestión son:
1) Si el papa está por encima de los concilios, del emperador y de todo el mundo,
2) Si el papa no puede ser juzgado ni condenado por nadie, y finalmente,
3) Si el papa transfirió el Imperio romano (o sea, la legitimidad del poder imperial) de los griegos (bizantinos) a los alemanes (a Carlomagno).
Estas tres partes, no obstante, son tratadas de forma dispar, puesto que la primera –la más extensa y prolija– ocupa prácticamente tres cuartas partes del total de la obra. En cambio, las otras dos están desarrolladas muy someramente, sobre todo el último punto, al cual apenas le dedica unos pocos párrafos. Quizá el deseo de que el príncipe elector Juan Federico pudiera presentar el libelo durante las sesiones de la Dieta de Worms, así como su mala salud, contribuyeron a este final un tanto abrupto.
Sobre el primer punto, Lutero niega que el papado pueda ser considerado la cabeza de la cristiandad. De hecho, se trata de una institución dudosamente cristiana, ya que en origen es una creación del poder secular, en concreto, del emperador bizantino Focas, quien a principios del siglo VII designó a Bonifacio III, el obispo romano, como caput omnium ecclesiarum. Más tarde, los papas justificaron su primado alegando sobre todo dos pasajes del Nuevo Testamento que, según su interpretación, les hacían sucesores directos y legítimos de san Pedro. Estos pasajes son los de Mateo 16:18-19: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, etc.”, y Juan 21:17. “Apacienta mis ovejas”[16].
Para Lutero era evidente que un emperador no tenía potestad para instituir el papado, y en esto coincidía con los papas que ahora –una vez consolidado su poder– también negaban que ése fuera su origen. Por lo que respecta a los pasajes bíblicos, también era claro que el poder de las llaves es puramente espiritual y había sido dado por Jesucristo a la Iglesia en su conjunto –no a un hombre solo– para el perdón de los pecados. Esta es la lectura cristiana de los pasajes citados, y es la más acorde también con otros pasajes del mismo Evangelio (p. ej. Mateo 18:19-20 y Juan 20:21ss.). Por tanto, si el papado no había sido constituido por el poder temporal, ni por el espiritual (concilios, obispos, etc.), ni por la Sagrada Escritura, entonces –concluye el autor– ha tenido que ser creado necesariamente por el diablo con el fin de acarrear el mayor número de almas al infierno. El papa es, en definitiva, el Anticristo que se ha introducido en el templo de Dios (su santa Iglesia) y en el nombre de Cristo y san Pedro ha aniquilado la fe y la libertad cristianas.
En cuanto al segundo punto –y como consecuencia lógica de la respuesta al primero–, Lutero no tiene la más mínima duda de que el papa pueda ser juzgado, condenado y depuesto de su cargo, ya que cualquier criatura bautizada puede y debe juzgar y condenar al papa[17], por estar su autoridad al servicio del diablo y no de Dios. En efecto, el hecho de que el papa se haya erigido en el juez supremo de todas las iglesias y quede eximido de cualquier juicio es prueba más que suficiente de que nos hallamos ante el auténtico Anticristo, en los términos como lo describe san Pablo en 2 de Tesalonicenses 2: 3-4. Lutero añade otra prueba más extraída de las Escrituras, el versículo de Mateo 18: 15ss., según el cual cualquier cristiano que peca ha de permitir ser reprendido por otro cristiano y si no lo permite, debería ser castigado por la congregación. Como el papa no permite ni una cosa ni otra, no puede ser considerado cristiano, mucho menos obispo. En esta segunda parte el autor hace un llamamiento a las autoridades civiles para que se libren de las promesas y juramentos hechos al papado, lo despojen de sus bienes y privilegios, y favorezcan el establecimiento en Roma de un verdadero obispo de la Iglesia, o sea, alguien que se conforme –y no es poco– con predicar el evangelio y ministrar los sacramentos.
Finalmente, Lutero aborda el último punto, si de verdad fue el papa quien transfirió el Imperio romano de los emperadores de Constantinopla a Carlomagno cuando coronó a éste en Roma como “emperador de los romanos” en la Navidad del 800[18]. Es más que evidente que el papa no tiene la potestad de transferir reinos ni imperios. Es simplemente una argucia papal, una más entre tantas, para someter a los emperadores alemanes y robar sus bienes a mansalva. En definitiva, es el modo de proceder de los papas en todos los órdenes, también con los obispos: crean una mentira que justifica su autoridad y después los sojuzgan mediante palios, juramentos y gabelas. Y así acaba este librito, no sin antes recordar el autor que procurará hacerlo mejor en una segunda entrega, lo cual indica que ya tenía en mente la Imagen del papado, una obra con ilustraciones satíricas de marcado tono antipapal y de la que hablaremos más adelante.
Juan Federico I
Por las cartas del propio Lutero y las de sus íntimos, podemos decir que el Reformador confeccionó esta obra entre finales de enero y principios de marzo de 1545. La primera edición salió de la imprenta de Hans Lufft, editor de Wittenberg y amigo personal de Lutero, a fines de ese mismo mes (el 25 de marzo). De este modo, el príncipe elector, Juan Federico, consiguió uno de sus objetivos, el propagandístico, al poder presentar y difundir el libelo entre los asistentes a la Dieta de Worms que justamente empezó sus sesiones el día anterior, el 24. Allí la obra, no hay que decirlo, causó opiniones encontradas por el lenguaje procaz que exhibía, incluso algunos protestantes torcieron el gesto. Aunque no todos fueron comentarios negativos. Curiosamente, el rey Fernando, hermano del emperador, dijo después de leérselo: “Wenn die bösen Worte heraus wären, so hätte der Luther nicht übel geschrieben”[19]. En el primer año se hicieron cuatro ediciones más en alemán y el propio Juan Federico encargó que se vertiera al latín con el propósito de que el panfleto tuviera la mayor difusión posible fuera del Imperio. El encargo recayó, como en otras ocasiones, en Justus Jonas, íntimo de Lutero y superintendente en Halle, que hizo su trabajo con la diligencia debida y a mediados de noviembre la traducción ya estaba disponible.
Contra el papado… es el último de una larga serie de escritos que muestran la tensión antipapal que recorre toda la producción doctrinal y polémica del Reformador. Desde 1517, y sobre todo a partir de 1521, el tema del odium papæ está muy presente en el pensamiento luterano, al punto que algunos autores lo consideran el rasgo definitorio de su teología[20]. Sin él, tal y como dice Peter Kawerau, Fray Martín no sería más que el iniciador de una nueva escuela antiescolástica y bíblica en el seno de la teología católica, en particular en el terreno de la doctrina de la gracia y de la justificación[21]. Sin embargo, este desafío a la estructura jerárquica de la Iglesia, que nace de la insistencia en poner como única autoridad doctrinal la Sagrada Escritura (principio evangélico de la Sola Scriptura), introduce una separación tal con la iglesia católico-romana que ni todo el diálogo ecuménico del mundo ha podido ni podrá salvar. Porque Lutero no critica al papado renacentista en particular por su modo de vida disipado (que también), sino que arremete muy especialmente contra esa tendencia católica de colocar al papa por encima de la Palabra de Dios en base a razonamientos humanos (“doctrina humana” dirá hasta la saciedad Lutero) algo que aún hoy día podemos percibir y oler en multitud de manifestaciones y actuaciones de los pontífices y miembros de la curia romana. Son dos conceptos de Iglesia totalmente distintos, incompatibles.





[1] Desde 1521 Lutero venía pidiendo “un concilio libre, cristiano en Alemania”.
[2] León X y Clemente VII nunca pasaron de las buenas palabras. Pablo III parece que sólo se convenció de la necesidad de un concilio a partir de 1538.
[3] P. ej. en 1526 el citado Clemente VII impulsó la Liga de Cognac, junto con Francia, Venecia y Florencia, para expulsar al emperador del norte de Italia.
[4] P. ej. se dejó en suspenso el edicto de Augsburgo de 1530. Las concesiones de Carlos “casi equivalían a abandonar el punto de vista católico” (L. Pastor).
[5] El texto íntegro, en latín, lo publicó S. Ehses, CT 276, pp. 364-373. Existe traducción castellana en: Sforza Pallavicini. Historia del Concilio de Trento. Trad. M. Negueruela y A. Monescillo. Madrid: Alegría, 1846, t. 2, pp. 48-61.
[6] A ello contribuyó el hecho de que el emperador concediese al hijo del papa, PierLuigi Farnese, los ducados de Parma y Piacenza. Cf. G. R. Elton. La Europa de la Reforma 15171559. Madrid: Siglo XXI, 1974, p. 297.
[7] El texto íntegro, en latín y sin fecha, en CT 277, pp. 374-379.
[8] “Pontifex Romanus ad Carolum Imp. expostulationem scripsit acerbam et maledicam”, Corpus reformatorum V, 547.
[9] “Bullam seu breve papale vidi, Sed pasquillare putavi”, WA 54, 197.
[10] H. Jedin habla de indiscreción, pero cuesta creer que no fuera una filtración interesada.
[11] Algunos autores mencionan tres y hasta cuatro versiones distintas del breve papal, cf. WA 54, 195-201. Lo cierto es que el elector Juan Federico de Sajonia tenía en su poder al menos dos copias del breve ya el 27 de diciembre.
[12] El otro peso pesado de la Reforma, Juan Calvino, también contestó el breve papal publicándolo con unas glosas sarcásticas bajo el título de: Admonitio paterna Pauli III cum scholiis (marzo 1545). Hay traducción inglesa en: Calvin’s tracts and treatises. Vol. 1: Tracts and treatises of the Reformation of the Church. Grand Rapids: Eerdmans, 1958, pp. 257-286.
[13] “Non tamen feriabor quin illam bullam suis pingam coloribus, si valetudo et otium permisserit”, WA 54, 199.
[14] “Wider das Bapstum zu Rom, vom Teuffel gestifft”, WA 54, 206-299.
[15] “eius […] tum statuendi in his et ordinandi, quæ ad ecclesiæ unitatem utilitatemque spectant, auctoritatem dederunt”, CT 276, p. 366.
[16] En el escrito papal leemos: “Porro earum [animas] curam numquid Cæsari demandavit? Numquid Cæsari dictum est: ‘Pasce oves meas’, an vero Petro et in eius persona cunctis successoribus eius? Hæc sunt fidei nostræ fundamenta...”, CT 277, p. 376.
[17] El breve papal pone en boca de Constantino estas palabras: “Deus vos constituit sacerdotes et potestatem vobis dedit de nobis quoque iudicandi, et ideo nos a vobis recte iudamur, vos autem non potestis ab hominibus iudicari.” (Dios os ha hecho sacerdotes, y os ha dado el poder de juzgarnos a Nos mismo […], pero vosotros no podéis ser juzgados por los hombres”, CT 276, p. 370.
[18] “…quam ob causam Ego Imperium ad Germanos ex Græcis per meos vicarios transtulerim eamque gentem despexerim”, CT 277, p. 377.
[19] “Si no fuera por las palabras malsonantes, Lutero no lo habría escrito mal”, citado en: Philip Schaff. History of the Christian Church, VII: Modern Christianity. The German Reformation. Oak Harbor: Logos R.S., 1997, p. 168, n. 288.
[20] La primera vez que puso en duda abiertamente la autoridad del papado fue durante la llamada “Disputación de Leipzig” (1519) y su primera monografía sobre el tema data de 1520: Von dem Bapstum zu Rome...”. WA 6, 285-324.
[21] Citado en: Marc Lienhard. Martin Luther: un temps, une vie, un message. Genève: Labor & Fides, 1983, p. 429.

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