Contra el papado de Roma, fundado por el diablo (1545)
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Por primera vez en castellano el último libro completo que publicó el Dr. Lutero.
Contra el papado de Roma es un libro polémico, un ataque socarrón y burlón al papado de Roma y a la autoridad del pontífice como jefe supremo de la cristiandad. Aquí encontramos al Lutero más faltón y más desvergonzado, pero al mismo tiempo, a un excelente difusor de la doctrina cristiana que ofrece una lectura impecable de Mateo 16:18 y Juan 21:15. Además, se adjunta la obrita de caricaturas satíricas antipapales llamada: Imagen del papado, auténtica obra maestra de la iconografía protestante. Indispensable para el lector evangélico, necesario para el erudito. Aquí tienes una muestra.
Ficha de libro: Martín Lutero. Contra el papado de Roma, fundado por el diablo ; Imagen del papado. Edición a cargo de Gabriel Tomás. Barcelona: [Publidisa], 2012. ISBN: 9788461522354.
Algunas instituciones que ya tienen este libro:
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Algunas opiniones de expertos:
- "Luther holds forth no hope for the reformation of the Roman Catholic church in this attack on the corrupt Reinassance papacy, which Luther sees as a demonic institution and the Antichrist attacking God's authority on earth, both secular and spiritual." (Waibel, 121)
Antecedentes históricos.
Carlos V |
Además, hay
que recordar que el papado renacentista unía a su condición de cabeza de la Iglesia , la de ser también
una cabeza política, un príncipe (con todos sus atributos) que gobernaba con
mano dura los Estados Pontificios. No es de extrañar, pues, que a menudo sus
intereses mundanos de soberano interfirieran en los religiosos. Esto explica
que las relaciones entre el papa y el emperador nunca fueran lo buenas que
cabría esperar de las dos cabezas de la iglesia católica. En efecto, para el
papa, Carlos era un rival político debido a las posesiones italianas que éste
había heredado por parte aragonesa (Sicilia, Nápoles, etc.), y que suponían una
amenaza real para la correlación de fuerzas que la Santa Sede propugnaba.
Por esa razón, en el tablero político-diplomático italiano, los papas siempre
jugaron un papel de oposición al emperador, y no dudaron en alentar y hasta
organizar alianzas con otros estados italianos y en especial con Francia[3].
A comienzos
del año 1544, las relaciones entre Carlos V y Pablo III eran más bien
distantes. Por enésima vez el emperador guerreaba contra Francisco I de Francia
y en esta ocasión el papa se mantenía neutral, absteniéndose de apoyar a uno
frente a otro. Pero, esta actitud no era bien vista por Carlos, ya que el
emperador esperaba que el papa le apoyara a él, sobre todo desde el momento que se supo que el francés había pactado con
los turcos, los enemigos declarados de la cristiandad. A pesar de todo,
Pablo III optó por no involucrase. Por un lado, no quería cambiar la
tradicional política filo-francesa del papado y, por otro, temía que si rompía
abiertamente con Francisco, éste no dudaría en poner en marcha un proceso
cismático, de ruptura con Roma, a semejanza de
lo que había hecho Enrique VIII en Inglaterra. Por esa razón, el papa decidió
intervenir sólo para pedir la paz entre ambos monarcas.
La 4ª Dieta de Espira.
En este
clima de desconfianza mutua, que muchas veces ni siquiera el lenguaje diplomático llegaba a disimular, el emperador
decidió jugar sus cartas en Alemania. Necesitaba la ayuda económica
y logística de los príncipes alemanes para vencer a sus enemigos y la mejor
forma de lograrla era aceptando sus peticiones en materia religiosa al margen de Roma.
Por eso, durante la Dieta de Espira
de 1544, con la vista puesta en su contienda con Francia, Carlos
aceptó la aprobación de algunas medidas encaminadas a reconocer el status
quo que se había consolidado en el Imperio con la difusión de la Reforma.
En consecuencia, se suspendieron los procedimientos
judiciales en curso contra los protestantes en la Corte
Imperial de
Justicia (Reichskammergericht) y
se abolieron los decretos de las dietas
anteriores contra ellos[4]. En la práctica, esto
conjunto de medidas legales supuso el reconocimiento de un estado de
tolerancia religiosa sin precedentes en el Imperio.
El
documento conclusivo de esa dieta (recessus),
publicado el 10 de junio, contemplaba además la celebración, en el término de
un año, de una dieta o sínodo nacional alemán que debía tener por finalidad solventar las disensiones
religiosas en Alemania, al menos hasta que se celebrara un concilio general
de la Iglesia. En el escrito no se hacía ninguna referencia al
papa ni a las autoridades eclesiásticas
romanas, sino que las negociaciones en esta materia debían conducirse en base a las propuestas que el emperador y los estados del Imperio hiciesen por medio de sus propios teólogos. Este
documento adquiere mayor importancia, si cabe, por el hecho de que fue el propio emperador quien asumió directamente la
responsabilidad de su redacción ex
plenitudine suæ potestatis.
Sin duda el
resultado de la Dieta de Espira fue un triunfo de los
príncipes y estados protestantes (coaligados en la defensa de sus intereses en la Liga de Esmalcalda) ya que vieron reconocidas
gran parte de sus reclamaciones. Sin
embargo, habría que aclarar que este triunfo no dejaba de tener un
alcance limitado porque el emperador lo permitió obligado por las
circunstancias, y algunos albergaban serias dudas de que se cumpliera en todos
sus puntos. Por el momento Carlos tenía lo que quería, que
eran los subsidios para continuar su guerra contra Francia. Además, al amagar con celebrar un concilio en Alemania, transfería más presión al
papa para que acelerara la convocatoria del concilio ecuménico que debía tener
lugar en Trento, al tiempo que
recuperaba la iniciativa política en este terreno. Como se constata por las
fuentes, el concilio siempre estuvo
pendiente de los avatares de la alta política europea, y ahí cada uno
jugaba sus bazas lo mejor que podía.
El breve papal.
Pablo III |
El
documento papal incidía en dos aspectos que para la Santa
Sede eran irrenunciables. Por un lado, el poder de
convocar un concilio recaía
exclusivamente en el papa. El emperador
carecía de autoridad para reunir un
concilio, un sínodo o una dieta nacional alemana que abordase aspectos relacionados con la doctrina
y el magisterio de la Iglesia.
Este punto era capital, porque de ello dependía –según
decían los romanos– la propia supervivencia de la Iglesia.
Por otro lado, el breve también ponía en cuestión que los
herejes (o “la secta luterana”, como se llamaba en Roma a los protestantes) pudieran participar en un concilio
ecuménico de la Iglesia católica. En
este sentido, el emperador tenía que dar marcha
atrás a cualquier medida adoptada y que supusiera un reconocimiento
implícito o explícito de la herejía. Planteado en estos términos, el emperador
lo único que debía hacer era garantizar la paz en sus territorios, para que así, con seguridad, se pudiera desarrollar el concilio general tanto tiempo
esperado. Si el emperador no rectificaba, la Santa
Sede procedería contra él. Ésa era la amenaza que
subyacía en todo el escrito.
El cardenal
Morone había de ser el encargado de
entregar la carta papal al emperador. Pero la guerra que en aquellos momentos sostenía Carlos
V contra Francia le impidió
cumplir su misión. Aunque el breve se llevó a la corte imperial de Bruselas a principios de octubre,
oficialmente el emperador no la recibió allí, sino que supo de su contenido más tarde por una copia (¿finales de noviembre?).
Para entonces las cosas habían cambiado mucho en la escena internacional. El Emperador y Francisco I habían firmado la Paz en Crêpy el 17 de setiembre, y de esta
forma Carlos pudo dedicarse de pleno
a buscar una solución definitiva al problema religioso
alemán. En una cláusula secreta del tratado, el rey francés se
comprometió a permitir que los prelados de
su país asistiesen al concilio ecuménico que se preveía celebrar
próximamente.
El 19 de noviembre el papa facilitaba las cosas promulgando
la bula convocatoria del concilio en Trento,
Lætare Hierusalem, lo cual ya era de
por sí una prueba de la aproximación
de las po siciones entre Carlos V y la Santa Sede[6]. En efecto, el papa
estaba dispuesto a reunir el concilio que debía comenzar el 15 marzo de 1545 y,
por su parte, el emperador dejó de
contemplar la posibilidad de llevar a término un concilio nacional
alemán al margen de Roma. Por tanto,
la causa principal que había motivado el breve papal de agosto se había desvanecido. Normalmente se suele alabar
la actitud que en todos esos meses mostró el emperador al no querer entrar en
polémica con el papa, lo cual favoreció el restablecimiento de la alianza entre
ambos a finales de 1544.
El segundo breve.
Como hemos
mencionado antes, un consistorio de finales de julio rechazó un primer
borrador de breve papal al considerar
que estaba redactado en
términos excesivamente duros. Sin embargo, la vida de este
documento no se acabó ahí, sino que, lejos de
ser destruido, también se dio a
conocer fuera de los despachos vaticanos[7].
En efecto, los príncipes alemanes conocieron su contenido antes incluso de
tener en sus manos el breve papal oficial, el
del 24 de agosto. Ya el 13 de
diciembre Melanchthon cuenta
en una carta a Joachim Camerarius que tenía en su poder la “admonición
agria e insultante”[8]
que el papa había dirigido al emperador; una
copia que seguramente había obtenido de los hermanos evangélicos de Venecia. Lutero se hace eco
de ella en una carta de principios de enero de 1545 a un íntimo suyo, Nikolaus von Amsdorf: “Vi la carta o
breve papal y me pareció más bien un pasquín”[9].
No deja de ser sorprendente que llegara a poder de Lutero el borrador del breve papal, ya
que en teoría se trataba de un documento
de trabajo elaborado por los miembros de la curia para su discusión interna.
Los investigadores apuntan a que fue el obispo Cava, enviado a finales de agosto de 1544 como legado papal a Alemania con la misión de entregar las
cartas al rey Fernando I y a los
príncipes católicos alemanes, quien habría llevado consigo también el polémico
borrador para distribuirlo allí entre sus afectos. Sin que fuera ésa su
intención, el documento acabó llegando a
poder de los protestantes. ¿Por qué llevaba el legado papal ese escrito? Eso no lo sabemos con seguridad, pero podemos
hacer algunas conjeturas al respecto[10].
Fernando I |
El panfleto antipapal.
Recapitulemos: Tenemos, en primer lugar, el documento conclusivo de la Dieta de Espira o recessus, en el cual el emperador hace importantes concesiones a
los príncipes protestantes en materia religiosa. A continuación se produce la
respuesta dada por el papa a ese documento en
forma de breve admonitorio. A este breve oficial, hay que añadir otro
breve oficioso o borrador, anterior en el tiempo y redactado en términos más
severos, pero que también circula y se conoce en las cortes de los estados
alemanes[11].
Finalmente, cuando en septiembre acaba la guerra del emperador con Francia,
el papa emite, al cabo de dos meses (en noviembre), la bula convocando
el concilio ecuménico en Trento.
Para el
bando protestante, los breves papales eran la prueba palpable del distanciamiento
entre el emperador y el papa; de ahí que los
principales líderes de la Liga de Esmalcalda, el landgrave Felipe de Hesse y el príncipe elector Juan Federico de Sajonia, no dudaran en utilizar dichos breves para ahondar en la brecha abierta entre las dos cabezas del partido católico. El
tono monitorio con el que el papa se
dirigía al emperador –que en el caso del borrador podía calificarse directamente de irrespetuoso–
era percibido como una ofensa intolerable,
un intento de injerencia en los asuntos internos alemanes que no podía
quedar sin respuesta. Estaba claro que se
debía defender la decisión imperial tomada en Espira, ¿y quién mejor
que el Dr. Martinus para dar la respuesta que el papa
se merecía?[12]
Pero a Lutero
tampoco se le tenía que azuzar demasiado para que escribiera en contra del papado. En la misma carta a Amsdorf que hemos mencionado anteriormente, acaba diciendo en referencia
al breve papal: “No tardaré en pintarlo con
sus verdaderos colores, si la salud y el tiempo me lo permiten”[13].
Por lo tanto, el hambre de Lutero
por atacar al papado (que según dice le provocaba:
meine grosse Anfechtung, mi gran
amargura) se unía en este caso con
las ganas de comer de su señor territorial, Juan Federico, por
presentarse a la próxima dieta imperial en Worms
con un arma propagandística de primer orden que pusiera en solfa la
potestad del Santo Padre. Una dieta, por cierto, que se antojaba difícil para
la causa protestante después de la renovada alianza entre el papa y el
emperador y el inicio del concilio previsto en Trento.
|
La primera
parte del panfleto es, pues, una crítica mordaz y demoledora del papado y de
los concilios auspiciados por los papas, al tiempo que arremete contra Pablo III en persona. El autor hace un
repaso de la historia reciente de los concilios (con especial mención a los
realizados en Constanza y Basilea) y recuerda la reclamación
alemana de celebrar “un concilio libre, cristiano y en tierras alemanas”. Para Fray Martín resultaba evidente que los papas nunca
celebrarían un concilio digno de tal
nombre, a lo sumo propiciarían una reunión de aduladores dispuestos a ratificar
todo cuanto se les propusiera desde las
altas instancias. En contra del
“concilio papal”, sostiene y defiende el derecho y el deber que asiste a Carlos
V para convocar concilios, como hicieron los grandes emperadores del
pasado: Constantino, Carlomagno, etc.
Al final de
esta introducción, Lutero cita los
tres puntos que se ha propuesto abordar y que son la respuesta formal a los
argumentos que el papa expone en sus dos
breves, especialmente en el borrador,
en base a los cuales se siente legitimado para amonestar al emperador.
Los asuntos en cuestión son:
1) Si el papa está por encima de los
concilios, del emperador y de todo el mundo,
2) Si el papa no puede ser juzgado ni condenado por nadie, y finalmente,
3) Si el papa transfirió el Imperio romano (o sea, la legitimidad
del poder imperial) de los griegos (bizantinos) a los alemanes (a Carlomagno).
Estas tres
partes, no obstante, son tratadas de forma
dispar, puesto que la primera –la más extensa y prolija– ocupa
prácticamente tres cuartas partes del total
de la obra. En cambio, las otras dos están desarrolladas muy
someramente, sobre todo el último punto,
al cual apenas le dedica unos pocos
párrafos. Quizá el deseo de que el
príncipe elector Juan Federico
pudiera presentar el libelo durante las sesiones de la Dieta de Worms, así como su mala salud,
contribuyeron a este final un tanto abrupto.
Sobre el
primer punto, Lutero niega que el
papado pueda ser considerado la cabeza de la
cristiandad. De hecho, se trata de una institución dudosamente
cristiana, ya que en origen es una creación del poder secular, en concreto,
del emperador bizantino Focas, quien
a principios del siglo VII designó a Bonifacio
III, el obispo romano, como caput
omnium ecclesiarum. Más tarde, los papas
justificaron su primado alegando sobre todo dos pasajes del Nuevo
Testamento que, según su interpretación, les hacían sucesores directos y
legítimos de san Pedro. Estos
pasajes son los de Mateo 16:18-19:
“Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, etc.”, y Juan 21:17. “Apacienta mis ovejas”[16].
Para Lutero era evidente que un emperador no
tenía potestad para instituir el papado, y en esto coincidía con los papas que ahora –una vez consolidado su poder– también
negaban que ése fuera su origen. Por lo que respecta a los pasajes
bíblicos, también era claro que el poder de las llaves es puramente espiritual
y había sido dado por Jesucristo a la Iglesia
en su conjunto –no a un hombre solo– para el perdón de los pecados. Esta es la
lectura cristiana de los pasajes citados, y es la más acorde también con otros
pasajes del mismo Evangelio (p. ej. Mateo 18:19-20 y Juan 20:21ss.). Por tanto, si el papado no había sido constituido
por el poder temporal, ni por el espiritual (concilios, obispos, etc.), ni por la Sagrada Escritura , entonces –concluye el autor–
ha tenido que ser creado necesariamente por
el diablo con el fin de acarrear el
mayor número de almas al infierno. El papa es, en definitiva, el Anticristo que se ha introducido en el
templo de Dios (su santa Iglesia) y en el nombre de Cristo y san Pedro ha aniquilado la fe y la libertad cristianas.
En
cuanto al segundo punto –y como consecuencia lógica de la respuesta al
primero–, Lutero no tiene la más
mínima duda de que el papa pueda ser
juzgado, condenado y depuesto de su cargo, ya que cualquier criatura
bautizada puede y debe juzgar y condenar al papa[17], por estar su
autoridad al servicio del diablo y no de Dios.
En efecto, el hecho de que el papa se haya erigido en el juez supremo de todas las iglesias y quede eximido de
cualquier juicio es prueba más que suficiente de que nos hallamos ante
el auténtico Anticristo, en los términos como lo describe san Pablo en 2 de Tesalonicenses
2: 3-4. Lutero añade otra prueba más extraída de las Escrituras, el versículo de Mateo
18: 15ss., según el cual cualquier cristiano
que peca ha de permitir ser reprendido por otro cristiano y si no lo permite, debería ser castigado por la congregación.
Como el papa no permite ni una cosa ni otra, no puede ser considerado cristiano, mucho menos obispo.
En esta segunda parte el autor hace un llamamiento a las autoridades civiles
para que se libren de las promesas y juramentos hechos al papado, lo despojen de sus bienes y privilegios, y
favorezcan el establecimiento en Roma
de un verdadero obispo de la Iglesia , o sea,
alguien que se conforme –y no es poco– con
predicar el evangelio y ministrar los sacramentos.
Finalmente, Lutero aborda el último punto, si de
verdad fue el papa quien transfirió el
Imperio romano de los emperadores de Constantinopla a Carlomagno
cuando coronó a éste en Roma como “emperador de los romanos” en la Navidad
del 800[18]. Es más que
evidente que el papa no tiene la potestad de transferir reinos ni imperios. Es simplemente una argucia papal, una
más entre tantas, para someter a los emperadores alemanes y robar sus
bienes a mansalva. En definitiva, es el modo
de proceder de los papas en todos los
órdenes, también con los obispos: crean una mentira que justifica su
autoridad y después los sojuzgan mediante palios, juramentos y gabelas. Y así
acaba este librito, no sin antes recordar el autor que procurará hacerlo mejor
en una segunda entrega, lo cual indica que
ya tenía en mente la Imagen del
papado, una obra con
ilustraciones satíricas de marcado tono antipapal y de la que hablaremos más adelante.
Juan Federico I |
Contra el papado… es el último de una larga serie de escritos que
muestran la tensión antipapal que recorre toda la producción doctrinal y polémica del Reformador. Desde 1517, y sobre todo
a partir de 1521, el tema del odium papæ está muy presente en el
pensamiento luterano, al punto que algunos autores lo consideran el
rasgo definitorio de su teología[20]. Sin él, tal y
como dice Peter Kawerau, Fray Martín no sería más que el
iniciador de una nueva escuela
antiescolástica y bíblica en el seno de la teología católica, en particular en
el terreno de la doctrina de la gracia y de la justificación[21]. Sin embargo,
este desafío a la estructura jerárquica de la Iglesia ,
que nace de la insistencia en poner como única autoridad doctrinal la Sagrada Escritura (principio evangélico de la Sola
Scriptura ), introduce una separación tal con la iglesia católico-romana que ni todo el diálogo
ecuménico del mundo ha podido ni podrá salvar.
Porque Lutero no critica al papado
renacentista en particular por su
modo de vida disipado (que también), sino que arremete muy especialmente
contra esa tendencia católica de colocar al papa por encima de la Palabra de Dios en base a razonamientos
humanos (“doctrina humana” dirá hasta la saciedad Lutero) algo que aún hoy día podemos percibir y oler en multitud de
manifestaciones y actuaciones de los pontífices y miembros de la curia romana. Son
dos conceptos de Iglesia totalmente
distintos, incompatibles.
[1] Desde 1521 Lutero venía pidiendo “un concilio libre, cristiano en Alemania”.
[2] León X y Clemente VII nunca
pasaron de las buenas palabras. Pablo III parece que sólo se convenció de la
necesidad de un concilio a partir de 1538.
[3] P. ej. en 1526 el citado Clemente VII impulsó la Liga de Cognac, junto con
Francia, Venecia y Florencia, para expulsar al emperador del norte de Italia.
[4] P. ej. se dejó en suspenso el edicto de Augsburgo de 1530. Las concesiones de
Carlos “casi equivalían a abandonar el punto de vista católico” (L. Pastor).
[5] El texto íntegro, en latín, lo publicó S. Ehses, CT 276, pp. 364-373. Existe traducción castellana en: Sforza
Pallavicini. Historia del Concilio de Trento. Trad. M. Negueruela y A. Monescillo. Madrid: Alegría, 1846, t. 2,
pp. 48-61.
[6] A ello contribuyó el hecho de que el emperador concediese al hijo del papa,
PierLuigi Farnese, los ducados de Parma y Piacenza. Cf. G. R. Elton. La Europa de la Reforma 15171559. Madrid: Siglo XXI, 1974, p.
297.
[7] El
texto íntegro, en latín y sin fecha, en CT
277, pp. 374-379.
[8] “Pontifex Romanus ad Carolum
Imp. expostulationem scripsit acerbam et maledicam”, Corpus reformatorum V, 547.
[9] “Bullam
seu breve papale vidi, Sed pasquillare putavi”, WA 54, 197.
[10] H. Jedin habla de indiscreción, pero cuesta
creer que no fuera una filtración interesada.
[11] Algunos autores mencionan tres y hasta
cuatro versiones distintas del breve papal, cf. WA
54, 195-201. Lo cierto es que el elector Juan Federico de
Sajonia tenía en su poder al menos dos copias del breve ya el 27 de diciembre.
[12] El
otro peso pesado de la Reforma ,
Juan Calvino, también contestó el breve papal publicándolo con unas glosas
sarcásticas bajo el título de: Admonitio
paterna Pauli III cum scholiis (marzo 1545). Hay traducción inglesa en: Calvin’s tracts and treatises. Vol. 1: Tracts and treatises of the Reformation of the Church. Grand Rapids: Eerdmans, 1958, pp. 257-286.
[13] “Non tamen feriabor quin illam bullam suis pingam coloribus, si
valetudo et otium permisserit”, WA
54, 199.
[14] “Wider das Bapstum zu Rom, vom Teuffel gestifft”, WA 54, 206-299.
[15] “eius […] tum statuendi in
his et ordinandi, quæ ad ecclesiæ unitatem utilitatemque spectant,
auctoritatem dederunt”, CT 276, p.
366.
[16] En
el escrito papal leemos: “Porro earum [animas] curam numquid Cæsari demandavit?
Numquid Cæsari dictum est:
‘Pasce oves meas’, an vero Petro et in eius persona cunctis successoribus eius?
Hæc sunt fidei nostræ fundamenta...”, CT 277, p. 376.
[17] El breve papal pone en boca de Constantino estas
palabras: “Deus vos constituit sacerdotes et potestatem vobis dedit de
nobis quoque iudicandi, et ideo nos a vobis recte iudamur, vos autem non
potestis ab hominibus iudicari.” (Dios
os ha hecho sacerdotes, y os ha
dado el poder de juzgarnos a Nos mismo […], pero vosotros no
podéis ser juzgados por los hombres”, CT 276, p. 370.
[18] “…quam
ob causam Ego Imperium ad Germanos ex Græcis per meos vicarios transtulerim
eamque gentem despexerim”, CT 277, p.
377.
[19] “Si
no fuera por las palabras malsonantes, Lutero no lo habría escrito mal”, citado en: Philip Schaff. History of the Christian Church, VII: Modern Christianity. The German Reformation. Oak Harbor: Logos R.S., 1997, p. 168,
n. 288.
[20] La
primera vez que puso en duda abiertamente la autoridad del papado fue durante
la llamada “Disputación de Leipzig” (1519) y su primera monografía sobre el
tema data de 1520: “Von dem
Bapstum zu Rome...”. WA 6, 285-324.
[21] Citado en: Marc Lienhard. Martin Luther: un temps, une vie,
un message. Genève:
Labor & Fides, 1983, p. 429.
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