"Tal vez lo que hace la vida y el trabajo de Martín Lutero tan interesante y relevante para nuestros días es la percepción que nos ofrece de la sempiterna búsqueda de la verdad y su significado. Desde tiempo inmemorial, grandes hombres y mujeres (filósofos, místicos, pensadores religiosos, y artistas) han planteado la pregunta de si hay, de hecho, una verdad última, y si la hay, cómo puede ser conocida esa verdad, si es que realmente puede ser conocida.
Para el humanista, la realidad última es una materia impersonal que ha existido siempre. Para el humanista, no hay una verdad última, sólo verdades, originadas en el pensamiento y la experiencia de los seres humanos, ninguna de las cuales es más válida que otra. En última instancia, todo es un sinsentido. Esto es adonde la razón autónoma ha conducido a los modernos pensadores en los inicios del siglo XXI.
Los individuos con fe religiosa se apoyan en la creencia de que la realidad última es un Dios personal e infinito, que existe independientemente del universo material, y es a la vez su creador. Para los creyentes, la Verdad, o sea, la verdad última, existe y tiene su origen en el creador: Dios. Martín Lutero y los creyentes cristianos de su tiempo, tanto católico-romanos, griegos ortodoxos, o los seguidores de la Reforma protestante, creían que Dios se había dado a conocer en las Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento (i.e. la Biblia). Los católico-romanos creían que la Iglesia, y en última instancia el papa, tenía encomendada la autoridad para interpretar las Escrituras. Por tanto, había dos pilares (fuentes) de autoridad, las Escrituras y la tradición de la Iglesia (decretos de los concilios, decretos papales, etc.)
Para Martín Lutero y los reformadores protestantes, la Biblia y solo la Biblia era la única autoridad en toda materia de fe y práctica religiosa. Esto fue lo que Lutero afirmó con su postura desafiante en la Dieta de Worms en 1521. La Reforma no fue una contienda entre varias verdades, o ideas, sino en realidad una lucha sobre quién entendía y enseñaba correctamente "la Verdad". Como el destino eterno de los seres humanos dependía de conocer la Verdad, los individuos de ambos lados estaban dispuestos a morir, incluso a matar, para defender la verdad tal y como ellos la entendían."
P. Waibel, Martin Luther: a brief introduction to his life and works (Wheeling: Harlan Davidson, 2005), pp. 106-107.
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