2 sept 2016

Novedad editorial: Contra Juan Salchicha (Hans Wurst)


Contra Juan Salchicha (1541)



Introducción

Cuando los estudiosos de Lutero subrayan la ordinariez y violencia verbal que destilan los escritos polémicos de los últimos años de su vida, suelen citar Contra Juan Salchicha (1541), Sobre los judíos y sus mentiras (1543) y Contra el Papado de Roma, fundado por el diablo (1545) como los tres ejemplos más evidentes que reflejan esa característica. Los lectores pudieron comprobarlo en Contra el Papado, que publicamos en esta misma colección hace ya algún tiempo.[1] Si entonces los dardos de Lutero se dirigían contra el Papado y su pretensión de ser la cabeza de la Iglesia, aquí el blanco de sus iras es un príncipe católico que se destacó por ser un implacable enemigo de la Reforma. La rudeza del lenguaje de la que hacen gala estos escritos era, en el siglo XVI, algo consustancial a las polémicas que entonces se ventilaban, por lo que no debe causar extrañeza que muchos enconados adversarios de Lutero (Prierias, Emser, Cochlaeus, Karlstadt, por citar sólo algunos) también usaran y abusaran del insulto, la ofensa y la invectiva, pero en sentido contrario, obviamente. En esto el Dr. Martinus no aportó nada nuevo, sino que destacó por su originalidad y su gran capacidad de respuesta, incansable. Tal y como dice R. H. Bainton: “Lutero se deleitaba menos que muchos de los literatos de su época en las groserías, pero, si se lo proponía, se distinguía en ello como en cualquier otro sector del discurso.”[2]
Pero hay que señalar que este librito luterano destaca no tanto o no sólo por su lenguaje extraordinariamente crudo y virulento, sino también porque en él se contrapone la Iglesia vieja y auténtica –de la cual los evangélicos se sienten herederos–, a la Iglesia nueva y herética que representa la iglesia romana con el Papado y sus acólitos. Así pues, también cabría incluir este tratado entre los manuales de eclesiología, perfectamente complementario a otros que escribió el autor con el mismo propósito, tales como Sobre el Papado de Roma... (1521), del que ya dimos noticia en esta misma serie.[3] Para Lutero, la Iglesia vieja, auténtica y tradicional viene determinada por diez señales que los evangélicos han conservado, a saber: 1) el antiguo bautismo; 2) el santo sacramento del Altar, tal como lo instituyó Cristo; 3) las auténticas llaves que sólo sirven para atar y desatar los pecados; 4) la predicación de la pura palabra de Dios, sin añadir nada de doctrina humana; 5) el Símbolo apostólico y el antiguo credo de la Iglesia; 6) el Padrenuestro y la mismas oraciones que la Iglesia tradicional; 7) la antigua doctrina eclesiástica sobre el honor y respeto a la autoridad, sin injuriarlos ni obligando a los príncipes a besar los pies del papa; 8) la alabanza y estima del matrimonio, institución divina y bendecida por Dios; 9) los mismos sufrimientos que aquellos hermanos que son perseguidos por causa del Evangelio; y finalmente 10) el no derramar sangre ni vengarse con homicidios, como en multitud de ocasiones se podría haber hecho, sino sufriendo, exhortando y orando por los que así proceden.
Por otro lado, Lutero ofrece a continuación los doce argumentos que prueban que la iglesia romana es la nueva y falsa iglesia, escuela y ramera del diablo, a saber: 1) no conserva el antiguo bautismo, ya que enseña que éste se pierde con los años, y debe ser sustituido por las obras expiatorias y el monacato; 2) ha pregonado las indulgencias por todo el mundo como si fueran un bautismo; 3) ha llevado el agua bendita a todas las iglesias y todos los rincones del mundo, enseñando muchas supercherías sobre ella; 4) ha introducido las peregrinaciones para ganar indulgencias y lograr así el perdón de los pecados, equiparándolas con el bautismo; 5) ha instaurado infinitas cofradías y hermandades para conseguir méritos y el perdón de los pecados; 6) ha pervertido el muy digno sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo, obligando a tomar sólo una especie y reservándolo completo únicamente para los sacerdotes, administrándolo no en memoria de Cristo, sino como un sacrificio clerical (Pfaffenopffer); 7) ha fabricado unas nuevas llaves, que son dos falsas ganzúas que no sirven para perdonar o retener los pecados, pero fundando nuevos pecados y crímenes donde antes no había nada; 8) predica la Palabra de forma harto diferente a como lo mandó el Señor, introduciendo doctrinas y mentiras de hombres; 9) ha trocado el reino espiritual de la Iglesia estableciendo una cabeza corporal, cuando no puede haber otra cabeza que no sea espiritual, y esa es Cristo; 10) ha fundado la nueva idolatría del culto a los santos, canonizándolos e instituyendo días festivos de ayuno en su honor, convirtiendo con ello a la Iglesia en un mero templo pagano; 11) condena el matrimonio, lo calumnia y lo juzga impuro e incapaz de poder servir con él a Dios; y finalmente 12) ha aceptado mezclar la Iglesia con el gobierno de la espada temporal y la guerra, propiciando con ello un gran derramamiento de sangre de gente inocente.
Aún le quedaban a Lutero más argumentos como estos (menciona de pasada el purgatorio, el culto a las reliquias, las consagraciones de iglesias etc.) pero ya considera sobradamente probado el carácter herético y novedoso de la iglesia romana. Como puede verse, Lutero recupera en esta polémica la distinción de raíz agustina entre la falsa iglesia de Caín y la verdadera de Abel. Tal vez haya quien afirme que estos argumentos sólo podían convencer a la plebe ignorante, pero lo cierto es que muchas personas cultivadas, tanto de dentro y como de fuera de la Iglesia, compartían este mismo pensamiento. Tanto es así que ya en 1543 salió publicado un Extracto, en latín (Antithesis) y en alemán (Auszug), seguido por la segunda edición de Los artículos de Esmalcalda, que recogía únicamente esta parte eclesiológica del tratado luterano porque se consideraba muy recomendable su lectura.[4] Como leí una vez en algún lugar, Lutero, aún en las polémicas más enconadas, nunca dejaba pasar la menor oportunidad para predicar y enseñar la doctrina cristiana, siendo como era doctor en Sagradas Escrituras. Es precisamente este aspecto del presente tratado el que nos resulta más interesante y atractivo en la actualidad.
Resiguiendo su argumentario, Herr Doktor acusa directamente a los papistas nada menos que de haber apostatado, al haber abandonado la Palabra divina al tiempo que introducían falsas enseñanzas. Con ellos, la esposa de Cristo, igual que ocurrió en el viejo Israel, se había convertido en una ramera y su liderazgo, para desgracia de la cristiandad, había recaído en el Anticristo (i.e. el papa), quien había fabricado nuevas regulaciones y nuevos pecados por su cuenta. Es oportuno recordar aquí que este tratado viene a continuación de la publicación de Los concilios y la Iglesia (1539), por lo que Lutero tenía muy reciente el tema de la iglesia y las marcas o señales que la caracterizaban. También aquí se percibe el renovado empeño luterano por hacer derivar cualquier regla doctrinal de las Sagradas Escrituras, rechazando de plano todo aditamento ajeno a ellas. De ahí que repita más de una vez que la Biblia y la Palabra divina están de su lado.
Veamos a continuación cómo se gestó este librito y cuáles fueron las circunstancias que rodearon su alumbramiento.

I. El “salvaje” Enrique

Enrique II el Joven de Braunschweig (o Brunswick)-Wolfenbüttel (1489–1568), desde 1514 señor de un principado que históricamente había sido dividido con mucha frecuencia en feudos familiares, fue un enemigo declarado de la Reforma.[5] Contaba tan solo veinticinco abriles cuando tuvo que hacerse cargo del gobierno de su pequeño ducado tras la muerte prematura de su padre, ejerciendo a partir de entonces el poder con mano de hierro. Caballero de armas a la antigua usanza, durante su gobierno, se vio envuelto continuamente en todo tipo de guerras. Así pues, en 1519 apoyó las reclamaciones del estamento nobiliario de Hildesheim en su duro enfrentamiento con su señor, el príncipe-obispo de aquella villa. Al poco tiempo estalló una guerra abierta entre ambos partidos, la conocida como disputa del obispado de Hildesheim (Hildesheimer Stiftsfehde), que finalizó con la derrota de Enrique en la batalla de Soltau. Pero a pesar de ello, el tratado de paz de Quedlinburg (1523) le fue sorpresivamente favorable gracias a la mediación del emperador. A partir de ese momento, fue un aliado leal a Carlos V (1500–1558), quien intercedió por él en buen número de ocasiones y a quien prestó su espada en más de una guerra. Así lo vemos ofreciéndole su ayuda, por ejemplo, en la guerra italiana contra la Liga de Cognac (1528),[6] o antes siendo el primero que se opuso a los campesinos alemanes cuando éstos se sublevaron en 1525, combatiéndolos junto a las tropas de sus entonces aliados el landgrave Felipe de Hesse y los duques Jorge y Juan de Sajonia en la batalla de Frankenhausen, donde las hordas campesinas de Thomas Müntzer (1489–1525) fueron definitivamente aplastadas. Aquello le hizo reafirmarse, aún más si cabe, en su oposición a la Reforma.
Tras el fallecimiento del duque Jorge el Barbudo de Sajonia (1471–1539), Enrique pasó a ser el líder más combativo de la facción católica en Alemania (uno de los escasos apoyos que tenía el káiser en el norte teutón), pero sin la valentía, la nobleza de carácter y la escrupulosa religiosidad de las que el sajón hizo gala a lo largo de su vida. Caballero de tipo medieval, poco amado por sus súbditos y en lucha continua con sus vecinos, el joven Heinz nunca demostró una religiosidad muy sincera; de hecho, su alineamiento con el bando romanista tenía más que ver con su lealtad personal al emperador y la defensa de su territorio frente al afán expansionista de sus vecinos, que con sus convicciones religiosas. Impulsivo y de carácter violento, llevó una vida llena de excesos, lo cual le impidió concitar en torno a su persona el apoyo unánime de los príncipes católicos alemanes, sus aliados naturales, a algunas de sus iniciativas políticas. Lutero lo representa como un monstruo, un noble de moral relajada, cobarde y traicionero, si bien seguramente su comportamiento no difería en mucho al de otros aristócratas alemanes de la época.[7]
Varios asuntos había en su vida que demostraban esto que acabamos de decir. En primer lugar, estaba el espinoso caso familiar de su hermano menor, Guillermo (Wilhelm), que Enrique hizo encarcelar durante doce años hasta que le reconoció como único heredero al trono ducal. En efecto, después de la muerte prematura del padre, Guillermo reclamó una parte de las posesiones paternas, tal y como se había actuado en situaciones similares en el pasado. Sin embargo, Enrique hizo valer sus derechos de primogenitura y aprobó una ley, sancionada por la Corte Imperial de Justicia, que le reconocía como único heredero del ducado. El llamado Pactum Henrico-Wilhelminum,[8] firmado por ambas partes el 16 de noviembre de 1535, puso punto y final a la controversia; en él se instituyó la indivisibilidad del ducado y la prevalencia de la primogenitura en la línea de sucesión al trono, al tiempo que contemplaba ciertas compensaciones económicas para el resto de hermanos y dotes para las hijas. Con la entrada en vigor de este pacto, Guillermo recobró la libertad y Enrique solucionó un problema que llevaba tiempo enquistado y que le había granjeado la enemistad de no pocos príncipes, incluso en el bando católico.
Otro asunto no menos embarazoso que el anterior fue la relación adúltera que mantuvo con su amante Eva von Trott (1506–1567).[9] Enrique estaba casado con María de Württemberg (1496–1541), con la que tuvo once hijos. Pero en 1522 se enamoró de Eva, una dama de la corte y de familia noble, que entonces contaba tan solo dieciséis años. En 1524 tuvo el primero de sus diez hijos (ilegítimos) con ella. Como era de esperar, una relación así no se podía mantener en secreto por mucho tiempo, y tanto la familia de Eva como la propia duquesa presionaron a Enrique para que tomara una decisión al respecto. Al duque no se le ocurrió otra cosa que simular la muerte de su querida, a la que incluso “enterró” con toda la pompa ceremonial en Gandersheim, cuando en realidad la tenía escondida en el castillo de Stauffenburg, donde siguió viéndose con ella. Esta historia no se conoció en todos sus detalles hasta después de la derrota de Enrique en 1542, pero Lutero tenía alguna noticia de ella y por eso hace una referencia expresa en su obra: “Y por añadidura, no puedes consumar tu ignominiosa concupiscencia, o mejor dicho, tu adulterio, sin deshonrar y profanar el nombre de Dios, al haber ocultado a la pobre dama con tus santos servicios divinos, misas y vigilias, como si estuviera muerta.” (pp. 62–63).
El tercer asunto habla del temperamento vengativo y rencoroso del duque, y tiene que ver con el trato que dispensó a la ciudad libre de Goslar. En 1527 Enrique, en virtud del tratado de paz de Quedlinburg, adquirió los derechos sobre las minas de Rammelsberg y la mayoría de los bosques comunales que rodeaban la ciudad, lo que se convirtió en una fuente inagotable de conflictos entre ambas partes. Los ciudadanos de Goslar se resistieron una y otra vez a cumplir con los requerimientos de Enrique, y esas diferencias se hicieron irreconciliables cuando los magistrados de la ciudad aprobaron adoptar la Reforma: en 1528 Nicolás Amsdorf (1483–1565), íntimo de Lutero, visitó el lugar, fundó la escuela municipal de latín, y en 1531 escribió las regulaciones para la iglesia local. La disputa se agravó más si cabe cuando el duque rechazó la intermediación de la justicia imperial, y comenzó a hostigar y a bloquear la ciudad con su hueste, llegando al extremo de atacar y secuestrar a uno de sus delegados, el Dr. Konrad Dellinghausen, enviado a la dieta de Augsburgo de 1530 para quejarse del acoso del que era víctima la población por parte del duque. Como veremos más adelante, este enfrentamiento es uno de los que está en el origen del clima pre-bélico que había a finales de la década de los 30 entre el duque y sus vecinos protestantes.
Finalmente, está el caso de la ola de incendios provocados que en el verano de 1540 asoló algunas ciudades evangélicas del norte (tales como Einbeck, Göttingen, Nordheim, etc.), de la que algunos testigos culparon a Enrique de ser el inductor y, en última instancia, de haberla financiado. No está claro que fuera el duque quien estuviera detrás de estos incendios y más si tenemos en cuenta que las confesiones de los testigos fueron obtenidas, por lo general, bajo tortura.[10] Para los reformados, la acusación de pirómano asesino (Mordbrenner) lanzada contra Enrique sirvió para canalizar el odio de los enclaves afectados hacia el líder católico, creando así un caldo de cultivo propicio para la ulterior invasión militar del principado. Lutero se hace eco de estas acusaciones, y las da por ciertas y probadas.

II. Dos bandos en disputa

Como hemos visto y a pesar de todos sus esfuerzos, Enrique fue incapaz de evitar la infiltración del protestantismo en sus territorios. Mientras participaba en la guerra italiana del emperador, Juan Bugenhagen (1485–1558),[11] uno de los más estrechos colaboradores de Lutero y ferviente seguidor de la causa evangélica, logró persuadir a la mayoría de los magistrados de Braunschweig-Wolfenbüttel de que aceptaran la Reforma en aquellas tierras. Cuando Enrique volvió en 1528, se encontró con que la mayoría de sus tierras estaban infectadas del nuevo movimiento. Entonces intentó erradicar a los protestantes a base de promulgar nuevas leyes, pero sobre todo usando la fuerza bruta. Este modo de actuar no tardó en tener consecuencias. En efecto, ante el continuo hostigamiento de Enrique, los concejos de las ciudades de Goslar y Braunschweig solicitaron su adhesión a la Liga de Esmalcalda en 1536. De repente, el duque no sólo se vio enfrentado a dos díscolas ciudades bajo su jurisdicción, sino también, por el juego de las alianzas, a todos los coaligados protestantes de la Liga, lo que le llevó a impulsar en 1538 la Unión o Liga Católica de Núremberg,[12] y contrarrestar así la amenaza directa de los luteranos sobre su territorio. Se entró, de este modo, en una fase de creciente inestabilidad, mientras se iban perfilando los dos bandos en disputa. Por un lado, Enrique de Braunschweig, líder católico y último aliado del emperador en el norte del Imperio, y por otro, el landgrave Felipe de Hesse (1504–1567) y el elector Juan Federico de Sajonia (1503–1554), líderes al alimón del bando luterano. Dispuestas así las cosas, todo hacía indicar que sólo era cuestión de tiempo que las pasiones y rencillas de unos y otros, largamente reprimidas, estallasen con gran virulencia a la menor oportunidad. Desgraciadamente para Enrique, la situación geográfica de su ducado le hacía harto vulnerable, dado que se hallaba prácticamente rodeado por los aliados esmalcáldicos (vid. mapa adjunto), cuyos dirigentes hacía tiempo que ambicionaban la anexión de aquellas tierras. A partir de entonces, pues, el conflicto fue escalando en tensión hasta desembocar en guerra abierta.

III. Lista de agravios

Un punto de inflexión en esta escalada de la tensión se produjo cuando los dirigentes de la Liga de Esmalcalda acordaron, de forma sin duda provocativa, reunirse en Braunschweig en la primavera de 1538. Enrique, tal y como cabía esperar, rechazó conceder a Felipe de Hesse y a Juan Federico de Sajonia un salvoconducto con el que pudieran atravesar a salvo su territorio. Por tanto, cuando el séquito protestante, a pesar de la prohibición, se adentró en aquellas tierras, fue recibido a cañonazos disparados desde la fortaleza de Wolfenbüttel. Algo parecido le pasó a Enrique cuando atravesaba la Sajonia electoral, y tuvo que ser auxiliado por una fuerte escolta del duque Jorge. El landgrave, por su parte, contraatacó a finales de ese mismo año arrestando, cerca de la ciudad de Kassel, a uno de los secretarios personales de Enrique, a quien le confiscó las cartas que portaba. Al examinar su contenido, se vio que albergaban planes para atacar a la Liga de Esmalcalda, y el de Hesse no tardó en hacer públicos estos planes con la intención de presentar a Enrique y a sus aliados como unos peligrosos belicistas. Un buen número de príncipes alemanes, temerosos de que se rompieran definitivamente las hostilidades entre católicos y protestantes, mostraron su desacuerdo con esta insólita acción del landgrave. El duque Jorge de Sajonia, que apoyaba a la Liga católica pero a la vez también era el suegro de Felipe, le recomendó que se disculpara públicamente por ello.[13] Felipe lo hizo, y Enrique replicó, viendo en ello una oportunidad para resarcirse de afrentas pasadas, involucrando también a Juan Federico. Entonces el elector medió en la disputa, y el tono de la discusión se fue caldeando: cada bando lanzó durísimas acusaciones y contraacusaciones al contrario.
Es comprensible que los hechos mencionados dieran a los rivales en liza razones suficientes como para sentirse agraviados por la parte contraria. Recapitulando: Enrique veía la aceptación de las ciudades de Goslar y Braunschweig en la Liga de Esmalcalda y, especialmente, la pretensión de reunirse la Liga en aquella ciudad, como un desafío a su autoridad. Asimismo, Felipe y Juan Federico veían la negativa a concederles el salvoconducto como un acto hostil e ilegal. Igual de hostil e ilegal, para el duque, que el hecho de capturar a su secretario e incautarse de sus cartas personales. Todo ello saldrá a relucir en la polémica subsiguiente y servirá para justificar toda clase de insultos.

IV. Guerra de panfletos

No tanto para pedir excusas como para justificar su actuación al incautar las cartas personales de Enrique, el landgrave Felipe envió a varios príncipes un escrito aclaratorio y copias de las cartas requisadas. El duque replicó enviando una carta al de Hesse y un escrito a los mismos príncipes que habían recibido la explicación del landgrave. A partir de ahí, la lluvia de panfletos, de réplicas y contrarréplicas por parte de ambos bandos fue incesante.[14] Así se entró en una dinámica de acoso y derribo del contrario en la que todo estaba permitido con tal de mancillar el buen nombre y minar la autoridad del adversario político. Aparte de las invectivas políticas y personales entre ambos contendientes, la cuestión religiosa también jugó un papel creciente en esta guerra panfletaria. Ya vimos más arriba como la cuestión de las ciudades de Goslar y Braunschweig había envenado las relaciones entre unos y otros, hasta el punto que podría decirse que fue la gota que colmó el vaso e hizo irremediable el conflicto. Así pues, Enrique, en sus escritos, no tenía reparos en sacar a relucir el feo asunto de la bigamia del landgrave de Hesse,[15] denunciando el escándalo que algo así suponía a ojos de la cristiandad entera; y al elector Juan Federico lo tachaba, entre otras cosas, de ser un patán borracho (“el borracho de Sajonia,” decía) y un gordo indolente, comparándolo en repetidas ocasiones con famosos villanos bíblicos: Nabal, Ben-Hadad y Moab. Además, acusaba a ambos de ser desobedientes a la Iglesia y de haber aprobado medidas dirigidas directamente contra el emperador.
Por su parte, los dirigentes luteranos no se quedaban atrás en sus embestidas, aireando de forma difamatoria el caso de Eva von Trott, el maltrato dispensado a su hermano Guillermo, la certeza de ser el duque el instigador de los incendios, etc. Así se pasaron todo el año de 1540, por eso no es de extrañar que la Dieta de Ratisbona (abril 1541) se viera inundada de escritos lanzados por las partes en litigio.

V. Hans Wurst

Lutero en un principio no tomó partido en esta controversia y se limitó a comentarla muy someramente en alguna de sus cartas. Pero cuando en uno de esos panfletos, el que lleva por título Réplica contra el elector de Sajonia,[16] con fecha de publicación de 2 de noviembre de 1540, Enrique el Joven se refirió despectivamente al elector Juan Federico diciendo: “Nos a ese de Sajonia (a quien Martín Lutero llama su querido y reverente “Juan Salchicha”) no le hemos dado motivo alguno para sus escritos,”[17] Lutero se vio impelido a contestar. Y lo hizo, pero aplicando el término Hans Wurst (v.l. Worst) no al elector sino a Enrique, y de esa manera escribió uno de sus más virulentos ataques contra adversario alguno de la Reforma. Hanswurst (lit. “Juan Salchicha”, aunque también podría traducirse por “Juan el Bobo” o “Juan Chorizo”) designa a un personaje del carnaval que va ataviado con una larga salchicha de cuero alrededor del cuello y lleva puesto un colorido vestido parecido al de los payasos. Era un personaje que no faltaba nunca en las comedias y farsas carnavalescas que se representaban en los tiempos de Lutero; una figura grosero-cómica, pues, del teatro popular alemán emparentado con el arlequín italiano de la Commedia dell’Arte. Apareció por vez primera en la obra La barca de los locos (Das Narrenschiff, Basilea, 1494; pero en su versión de 1519), de Sebastian Brant (1457–1521), exitosa sátira de carácter moralista escrita en dialecto bajo-alemán que llegó a ser un libro muy popular en el siglo XVI.[18] Así pues, llamar a alguien Hans Wurst era algo así como llamarle payaso o necio, o las dos cosas a la vez. En la escena europea hay personajes de características y vestuario muy similares: Jack Pudding, Jean Potage, Maccaroni, Pickelharing, etc. Todos ellos cumplían el papel de “gracioso” en las comedias, no sin cierta acidez crítica. Lutero lo había empleado en alguna que otra ocasión, como por ejemplo en A toda la clerecía reunida en Augsburgo para la dieta del año 1530. Exhortación de Martín Lutero.[19] Allí podemos leer:
Nein, sondern ein ehe frewlin mus sie hindern, Es ist ein Hans worst gewest, der solchen Canonem gemacht hat. Ein Hans worst den andern, Noch hat er alle wellt auch alle hochglerten verblendt.[20]
Lutero, al inicio de su tratado, niega haber llamado así a su señor o a alguna otra persona en concreto y, acto seguido, pasa a aplicarlo a Enrique, pues la gente lo utiliza “contra los palurdos ignorantes que, pretendiendo ser listos, son en cambio desatinados y disparatados en todo lo que dicen y hacen.”

“Liber contra tyrannum Braunsvicensem”

A continuación, Lutero trata de rebatir las gravísimas acusaciones e insultos que el duque había vertido en su Réplica contra el príncipe-elector de Sajonia, a quien había retratado también como un hereje pertinaz, apóstata y blasfemo. Siguiendo, pues, con la misma tónica que la Réplica, usando y abusando del lenguaje ofensivo, Enrique es tachado aquí de diablo, de lacayo, vocero e hijo del diablo, aparte de architraidor, archipirómano, archiasesino, archigranuja, archidesvalijador de iglesias, guardián de mujeres, adúltero y cobarde, de estar poseído por el diablo… Pero, tal y como hemos visto anteriormente, el Reformador no solamente se limita a insultar y difamar al duque a base de bien en amparo de su señor, sino que también confronta la vida y la doctrina de la Iglesia, distinguiendo entre, por un lado, la vieja y auténtica (de la que los evangélicos se sienten continuadores y herederos), y por otro, la falsa y nueva (en este caso representada por la iglesia romana). Es en este marco conceptual que Lutero sitúa esta controversia, tiñendo así de connotaciones religiosas lo que en principio no había sido más que una polémica de carácter político y jurídico. En la cosmovisión agustiniana, estas dos iglesias antagónicas han venido luchando en el mundo terrenal desde el principio de los tiempos, y para Lutero (que en esto sigue a san Agustín) ese combate persistía en sus días, con los agentes del diablo (tales como Enrique) acosando a la Iglesia de Cristo. Por tanto, el profesor de Wittenberg no ataca tanto al hombre Enrique como al diablo que lo posee y que lo convierte en un ser depravado y peligroso y, por encima de todo, en un enemigo de Dios y de su Iglesia. Este es un esquema básico que se repite en muchas obras polémicas de Lutero, aplicándolo ora contra los fanáticos, ora contra el papado, ora contra los judíos, etc.
De los insultos personales a Enrique, pues, Lutero salta sin más a los improperios y las invectivas contra Roma. La curia, el papado o incluso la iglesia católica en su conjunto son calificados de “ramera” o “la ramera del diablo,” según la terminología que nos proporciona el Apocalipsis de san Juan. En este punto, cabe recordar el contexto personal en el que vivía el Reformador en aquellos últimos años de su vida. El “viejo Lutero”, en efecto, estaba absolutamente convencido de estar inmerso en la batalla final entre la Iglesia de Cristo y la sinagoga de diablo. En todas partes vislumbraba signos evidentes de que el fin de los tiempos era inminente. De ahí que, antes de morir, se sintiera en la necesidad de dejar bien fundamentado su testamento contra los enemigos de Dios, y cualquier polémica le servía para ese fin. La vulgaridad y la violencia del lenguaje empleado encuentran su justificación en esta interpretación apocalíptica del mundo, en la que sus oponentes no son personas comunes, sino diablos enloquecidos que lanzan sus desesperadas embestidas contra la verdadera Iglesia. Hay que tener presente esta concepción personal de Lutero a la hora de abordar sus últimos escritos polémicos, por más que en este caso consideraba irónicamente que había sido moderado al escribir contra Enrique debido a los problemas de salud que por entonces sufría.[21]
Así pues, Hans Wurst supuso un punto de inflexión en la escalada de ataques e insultos personales en los que paulatinamente había ido cayendo la guerra de panfletos entre los príncipes en liza, y ello cabe atribuirlo, sin duda, a la superior habilidad retórica del Reformador. Su amplio dominio del lenguaje y su enorme erudición teológica se unieron para producir un escrito polémico singular en el que no sólo se defiende la honorabilidad de su querido señor, el príncipe-elector Juan Federico, ante los duros embates del duque Enrique, sino que además se expone de forma brillante la concepción evangélica de la Iglesia, y se introduce un completo relato retrospectivo de la batalla contra el papado que Herr Doktor venía librando desde 1521, identificando claramente las causas que la iniciaron.

VI. Publicación y acogida

Lutero ya había decidido escribir el libro contra el duque Enrique a principios de 1541, tal y como se deduce de una carta enviada por Justo Jonás (1493–1555) al príncipe Jorge de Anhalt, datada el 18 de enero, donde se lee: “D. doctor Martinus scribet libellum, ad quem hortatus est illuss. princeps Iohannes proxime.”[22] En otra misiva de Jonás, esta vez al humanista Georg Helt (1485–1545) de Dessau, con fecha de 19 de febrero, habla del panfleto luterano más extensamente y lo da por acabado: “Liber contra tyrannum Braunsvicensem est absolutus, cui titulus est brevis et quem miraberis.”[23] El examen de estas fuentes parece confirmar que hay que considerarlo, en esencia, una respuesta personal (y no oficial, como en un principio se había barajado) a la Réplica del duque Enrique.[24] El 4 de abril, ya publicado, se leía ávidamente durante las sesiones de la Dieta de Ratisbona, tal y como dice Felipe Melanchton en una de sus cartas: “Scriptum tuum contra Mezentium hic avidissime legitur.”[25] En este sentido, el libelo luterano cumplió también su función propagandística en favor de los líderes protestantes durante la celebración de la dieta. Si bien allí no se granjeó el apoyo unánime del bando reformado, y más de un delegado criticó al Reformador por haber mezclado la religión con los asuntos políticos del duque Enrique.[26]
Lutero, por su parte, tenía una opinión bien diferente, en sintonía con el príncipe-elector, y desde el punto de vista propagandístico sabía la importancia que la parte eclesiológica del tratado podía tener en los coloquios teológicos que se celebraban en el marco de la dieta entre enviados católicos (Pflug, Gropper, Eck, bajo la supervisión del legado papal, el cardenal Contarini) y protestantes (Bucer, Pistorius, Melanchton) con el fin de llegar a algún tipo de acuerdo en materia de fe. Después de algunas discusiones, el intento acabó en fracaso y los hechos volvieron a dar la razón a Herr Doktor: la identidad de la (verdadera) iglesia venía determinada por la pureza de la doctrina, y era evidente que los papistas la habían adulterado al instaurar nuevas regulaciones, leyes y aun pecados. En tales circunstancias cualquier compromiso con ellos se antojaba realmente improbable, como así fue en la práctica. Como curiosidad, decir que Juan Calvino (1509–1564) participó como observador en aquellos coloquios, y era igual de escéptico que Lutero sobre la posibilidad de que pudiera llegarse a un acuerdo de unidad con los católicos.
Para acabar, el manuscrito original en alemán de Lutero de Hans Wurst se conserva aún en su mayor parte y actualmente está depositado en el Kulturhistorische Museum de Magdeburgo.[27] De este tratado, en total se hicieron cuatro ediciones en alemán en el año de 1541, la primera salió de la imprenta de Hans Lufft en Wittenberg, y las otras tres fueron llevadas a cabo por impresores de Marburgo. El texto de la primera edición alemana, que nos ha servido de base para realizar esta traducción, se encuentra en WA 51: 469–572.

VII. El curso de los acontecimientos

El clima pre-bélico existente entre el duque Enrique y los líderes de la Liga de Esmalcalda siguió in crescendo los meses posteriores a la Dieta de Ratisbona. El motivo principal de fricción volvía a ser los repetidos ataques del duque contra las ciudades aliadas de Goslar y Braunschweig, y eso a pesar de los consejos del emperador y del rey Fernando para que cesara en ese tipo de actividades. Paralelamente los panfletos y libelos de uno y otro bando siguieron produciéndose a lo largo de 1541 y hasta 1542, acentuándose en ellos los insultos ad hominem y el lenguaje virulento. Era solo cuestión de tiempo que la guerra de panfletos se convirtiera en guerra abierta, como así sucedió en julio de 1542. Sin apenas resistencia y en poco tiempo, las huestes de la Liga de Esmalcalda ocuparon el Principado de Braunschweig-Wolfenbüttel para liberar aquellas ciudades de la tiranía de Enrique, el cual huyó de sus tierras y buscó ayuda entre sus aliados católicos.
Pero este socorro no se materializó inmediatamente y la Reforma se introdujo en el ducado bajo la batuta de Bugenhagen. A finales de 1543 medió el emperador en el conflicto proponiendo la restitución del principado a Enrique o a su hijo o a un tercero designado por él mismo. Las negociaciones subsiguientes, sin embargo, acabaron en un punto muerto, no llegándose a ningún tipo de acuerdo. No será hasta después de la firma del tratado de paz de Crespy (septiembre de 1544) con el rey de Francia, que Carlos ya esté en condiciones de dedicarse plenamente a resolver los asuntos alemanes. Con su apoyo, el duque Enrique reconquistó su principado (septiembre de 1545) y suprimió todo cuanto pudo de la obra reformadora en sus dominios. Sin embargo, en octubre de 1545, la Liga volvió a ocupar el ducado y esta vez cayó prisionero del landgrave Felipe el propio Enrique y su hijo primogénito, Karl Victor, sin apenas lucha.[28]
Finalmente, en julio de 1546, ya muerto Lutero, estalló la guerra entre los estados católicos liderados por el emperador y los estados luteranos agrupados en la Liga de Esmalcalda. Entre los motivos de este conflicto estaba el litigio abierto del duque Enrique.[29] El ejército de la Liga cayó derrotado el 24 de abril de 1547 en la famosa batalla del Mühlberg ante las tropas imperiales y los protestantes se vieron forzados a negociar un tratado de paz. Enrique volvió a su territorio durante el breve periodo que siguió y gobernó en todas sus posesiones. En 1556, cuando contaba con sesenta y siete años, se casó con la princesa Sofía (1522–1575), hija del rey de Polonia, Segismundo I. Murió en 1568 a la edad de setenta y nueve años, habiendo entonces evolucionado mucho su posición religiosa hasta el punto de llegar a manifestar que estaba absolutamente convencido de la pureza de los dogmas enunciados en la Confesión de Augsburgo (1530). Su hijo y sucesor, Julius (1528–1589), habiéndose convertido ya en vida de su padre al protestantismo, ganó definitivamente el ducado de Braunschweig-Wolfenbüttel para la Reforma.


Notas


[1]) M. Lutero, Contra el Papado de Roma, fundado por el diablo., trad. G. Tomás, Sola Fides ; 1 (Barcelona: Publidisa, 2012). Hay una segunda edición, revisada y aumentada del año 2014: Contra el Papado de Roma, fundado por el diablo & Imagen del papado, trad. G. Tomás, Ed. Académica, Sola Fides ; 3 (Barcelona: Createspace, 2014).
[2]) R. H. Bainton, Lutero, trad. R. Lozada de Ayala, 2a ed. (Buenos Aires: Sudamericana, 1978), p. 158.
[3]) M. Lutero, Sobre el Papado de Roma : contra el famosísimo romanista de Leipzig, trad. G. Tomás, Sola Fides ; 2 (Barcelona: CreateSpace, 2013).
[4]) En alemán: Ein Auszug aus der Schrift „Wider Hans Worst“ erschien mit dem Titel „Von rechter und falscher Kirchen...,“ y en latín: Antithesis veræ et falsæ ecclesiæ, citados en WA 51: 466–467.
[5]) Para un detallado estudio del personaje y su trayectoria: F. Koldewey, Heinz von Wolfenbüttel. Ein Zeitbild aus dem Jahrhundert der Reformation (Halle: Berein für Reformationsgeschichte, 1883); F. Bruns, Die Vertreibung Herzog Heinrichs von Braunschweig durch den schmalkaldischen Bund. I. Theil. Vorgeschichte. Inaugural-Diss. (Marburg: G. Schirling, 1889); y F. Petri, ‘Herzog Heinrich der Jüngere von Braunschweig-Wolfenbüttel. Ein niederdeutscher Territorialfürst im Zeitalter Luthers und Karls V.’, Archiv für Reformationsgeschichte, 72 (1981), 122–158.
[6]) Allí Enrique comandó una fuerza de doce mil lansquenetes que, tras cruzar el Adigio, se dirigió a Milán para unirse a las fuerzas de Antonio de Leyva. Durante el sitio de Lodi, los soldados alemanes se amotinaron contra sus jefes por no recibir la paga convenida y la mayor parte de ellos abandonó el asedio y volvió a casa.
[7]) Sobre su mala reputación, cf. F. J. Stopp, ‘Henry the Younger of Brunswick-Wolfenbüttel. Wild Man and Werwolf in Religious Polemics 1538-1544’, Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 33 (1970), 200–234.
[8]) Puede consultarse el texto íntegro del pacto en: Ph. J. Rehtmeier, Des Braunschweigischen und Lüneburgischen Chronici, II: 881–889.
[9]) Para más detalles sobre este affaire, cf. H. v. Strombeck, ‘Eva von Trott, des Herzogs Heinrich des Jüngern von Braunschweig-Wolfenbüttel Geliebte, und ihre Nachkommenschaft’, Zeitschrift des Harz-Vereins für Geschichte und Altertumskunde, 2 (1869), 11–57.
[10]) Cf. B. Scribner, ‘The Mordbrenner fear in Sixteenth-century Germany: political paranoia or the revenge of the outcast?’, en The German underworld : deviants and outcasts in German history, ed. R. J. Evans (London: Routledge, 1988), pp. 29–56
[11]) Lutero le llamaba “Doctor Pomeranus”, por su lugar de nacimiento. Introdujo el protestantismo en el norte de Alemania, Pomerania y Dinamarca.
[12]) La Santa Liga o Unión católica de Núremberg (la Contraliga que se oponía a la de Esmalcalda) reunía al emperador Carlos V, al rey Fernando I y a los electores y príncipes católicos; fue sellada en dicha ciudad el 12 de junio de 1538. “Sus propósitos fueron defensivos: mantener la fe católica en el interior de sus propios dominios sin atacar ni hacer violencia a ningún estado protestante,” (García-Villoslada, 2008: ii, 457). Además, con ella se intentó frenar cualquiera injerencia francesa en los asuntos del Imperio.
[13]) Los destinarios de las cartas intervenidas por Felipe de Hesse eran el cardenal Alberto de Maguncia y el vicecanciller imperial Matías Held.
[14]) Para seguir el curso de la polémica, cf. M. U. Edwards Jr., Luther’s last battles : polítics and polemics, 1531-46, Religion/European Reformation (Minneapolis: Fortress Press, 1983), 144–49. Edwards hace notar que en 1541 se llevaban publicados más de treinta panfletos relacionados directamente con esta polémica.
[15]) Felipe estaba casado con Cristina de Sajonia, hija del duque Jorge el Barbudo. Como era infeliz en su matrimonio, pensó en casarse en segundas nupcias con una doncella de dieciséis años: Margarita von der Saale. Para ello solicitó la autorización de los teólogos de Wittenberg, que se la concedieron en 1539. Más detalles sobre este asunto: J. A. Faulkner, ‘Luther and the bigamous marriage of Philip of Hesse’, The American Journal of Theology, 17 (1913), 206–31.
[16]) Ergründte, beständige, erhebliche Fürsten und Adel liebende Duplicæ wider des Kurfürsten von Sachsen andern ehrenrührigen Abdruck (desde ahora, la Réplica).
[17]) „Wir [Heinrich] haben dem von Sa<sen (wel<en Martinus Luther, sein lieber, andä<tiger, Hans Worst nennet) zu seinen S<riften kein Ursa< gegeben“, (B. Lohse, 1997: 103).
[18]) Para más detalles sobre esta obra: S. Brant, La nave de los necios, ed. A. Regales Serna, Akal Grandes Libros ; 2 (Madrid: Akal, 1998).
[19]) An die gantze geistlickeit zu Augsburg versamlet auff den Reichstag Anno 1530. Vermanung Martini Luther, WA 30, ii: 268–356.
[20]) WA 30, ii: 328. En la versión española de C. Witthaus, Hans Worst se traduce por “farsante”, cf. OML 1: 311. En nuestra traducción, en cambio, hemos preferido conservar la literalidad del término.
[21]) Edwards Jr., 1983: 155.
[22]) Der Briefwechsel des Justus Jonas. Gesammelt und bearbeitet von Gustav Kawerau. Hrsg. v. der Historischen Comission der Provinz Sachsen, (Halle: Otto Hendel, 1884), i: 418.
[23]) Ibíd. i: 428.
[24]) La respuesta oficial del príncipe-elector Juan Federico vio la luz el 4 de abril con el título: Des durchlauchtigsten... Fürsten... Johanns Friedrichen,... wahrhaftige, beständige, gegründete, christliche und aufrichtige Verantwortung... (Wittenberg: G. Rhaw, 1541).
[25]) CR IV, Nr. 2176.
[26]) La delegación de Augsburgo, por ejemplo, expresó su convicción de que el escrito iba en detrimento de la reputación de Lutero (hauptlehrer unsers heiligen evangelions) y que la controversia con el duque Enrique no tenía nada que ver con el tema de la religión (die religión mit Herzog Heinrichs sachen nichts zu thun haben...).
[27]) Su descripción en E. Thiele, ‘Ein Luthermanuskript’, Theologische Studien und Kritiken: Beitr. zur Theologie u. Religionswissenschaft, 1 (1882), 145–165. El manuscrito fue llevado a EUA en 1945 y allí pasó a ser custodiado por el Concordia Historical Institute de Saint Louis, que lo devolvió al estado alemán en 1996.
[28]) En diciembre de 1545, Lutero, a instancias del príncipe-elector, escribió una obra en forma de carta abierta, An Kurfürsten zu Sachsen und Landgrafen zu Hessen von dem gefangenen Herzog zu Braunschweig, en la que abogaba por no conceder la libertad al duque Enrique, cf. WA 54: 389–411.
[29]) Según las leyes del Sacro Imperio ningún príncipe imperial podía invadir el territorio de otro sin el permiso del emperador o de todos los príncipes reunidos en una dieta. Por tanto, a juicio del emperador, los líderes de la Liga habían cometido una ilegalidad.

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