A menudo oímos decir a gente experta que nuestra sociedad ha perdido los valores cristianos, pero nunca he oído explicar cuáles son esos valores, en concreto. Como mucho se habla de generalidades bienintencionadas, retórica hueca que apenas puede disimular la escasa preparación intelectual de quien lo dice. Que si esfuerzo, que si familia, que si amor, etc. En definitiva, una lista de palabras grandilocuentes que nos apabullan. Sin embargo, el cristiano debe ir más a lo concreto, conformarse con cosas pequeñas y dejar a un lado la tentación de ser un santo en la tierra. Para eso ya tenemos a los obispos.
En primer lugar –y como es habitual– debemos marcar las diferencias con el papismo y otras hierbas. Cuando los curas hablan de «valores cristianos» o (peor aún) de «las raíces cristianas» de Europa es seguro que entienden algo completamente distinto a lo que nosotros entendemos. Es más, cuando un cura (o un papa) habla de valores cristianos mi consejo es salir corriendo. Parafraseando a Orson Wells podríamos decir: «Si eso son valores cristianos...». Si de ellos hubiera dependido, aún estarían quemando herejes en la plaza pública y ahogando a la pobre gente con sus innumerables canalladas.
Debemos empezar siendo honestos. Pensar de acuerdo con unas premisas básicas hasta alcanzar la honestidad intelectual. El principio protestante de la Sola Scriptura está ligado al de la honestidad en cualquier planteamiento teórico. Las palabras tienen el significado que tienen y si decimos “agua” queremos decir “agua” y no otra cosa. Por tanto, hay que rechazar cualquier planteamiento alambicado, retórico, que retuerza el significado natural de las palabras o simplemente que se apoye en lo que podríamos llamar “juegos de palabras”, interpretaciones interesadas. Por eso Lutero al final de su parlamento en la Dieta de Worms (1521) dice ante el Emperador y los príncipes alemanes que si quieren que se retracte deben convencerlo mediante testimonios de la Escrituras o por un razonamiento evidente. Fíjate que dice «por un razonamiento evidente».
La propia vida del Dr. Lutero es un reflejo de esta honestidad (impensable entre los curas) que se opone a la sofistería y a la hipocresía. Él era monje y como tal había hecho los votos pertinentes. Al recuperar la teología cristiana, Lutero llegó a la conclusión de que el monacato y los votos eran una aberración, pues en definitiva era el intento sacrílego de ganarse el cielo en base a las obras, cuando la justificación sólo viene por la fe.
Fray Martín podía haber pensado así y haber obrado de otra manera, diciendo, que como los monjes no hacían daño a nadie, mejor sería dejarlos en paz. ¡Pues no, no, no!. Cogió la pluma y fue el primero en escribir contra sí mismo y sus compañeros. En De votis monasticis (1521) carga contra el monacato y contra toda pretensión humana de hacerse una religión a medida del pensamiento humano, sin tener en cuenta para nada la Palabra divina.
Dvbium non est, votum monasticum hoc ipso periculosum esse, quod res est sine autoritate et exemplo scripturae, sed et Ecclesia primitiva et novum testamentum ignorant in totum vovendae cuiuscunque rei usum, nedum probant perpetuum hoc voti genus rarissimae et miraculosae castitatis. = «No hay duda de que los votos monásticos son peligrosos porque no reposan ni en la autoridad ni en el ejemplo de la Escritura , y porque tanto la Iglesia primitiva como el Nuevo Testamento ignoran totalmente la costumbre de hacer voto respecto de ninguna cosa, ni aprueban esta clase de voto de castidad, la cual es cosa rarísima y milagrosa». WA 8, 578.
Por consiguiente, una vez establecidas las líneas maestras de nuestro pensamiento (poned aquí lo que queráis: programa político, medidas contra la crisis económica, etc.), hay que eliminar cualquier elemento que contradiga la mayor para evitar que todo el sistema en su conjunto se vuelva inconsistente. A saber, los cristianos creemos que la Escritura está inspirada por Dios y es el único medio que transmite su palabra. Lo que necesitamos saber está en sus páginas. Lo demás son meras opiniones (Santos Padres, tradición, etc.) que pueden ser atendidas siempre y cuando no contradigan la fuente original. Llevar esto a la práctica es honestidad intelectual.
Un ejemplo cotidiano, de nuestros días. Hace poco hubo una polémica en torno a la abolición de las corridas de toros en Cataluña (y en España en general). Había partidarios y detractores de esa medida. Aplicaremos el principio de la honestidad intelectual, un razonamiento lógico:
Las sociedades avanzadas (que se estructuran en un estado de derecho) han impulsado legislaciones generales de protección de los animales. Los animales son seres vivos y los seres (vivos) humanos no pueden hacer con ellos lo que les venga en gana. Menos aún emplearlos en espectáculos para entretenimiento de las masas. A sociedades más avanzadas, legislaciones en defensa de animales y de la naturaleza más estrictas. La fiesta (o carnicería) de los toros violenta este tipo de legislación. Es más, en España, donde también hay leyes en favor de los animales (por cierto a nivel autonómico pero no nacional) siempre hay que incluir una cláusula de excepcionalidad, extraña, para salvaguardar una “tradición” como la de los toros. No puedes apalear a un perro, pero puedes meterle una espada de metro y pico a un toro por el hoyo de las agujas. ¿Acaso no merma esto la credibilidad del sistema? ¿No genera inconsistencia en las leyes del país? Y apurando un poco más: ¿Cómo pensamos exigir a los inmigrantes un compromiso de país con tradiciones de este tipo? La sociedad española ha sido y es incapaz de seguir a Lutero, es decir, es incapaz de ser honesta consigo misma. Prefiere salvaguardar una tradición bestial a aplicar la lógica de los principios que dice defender. Renuncia a armarse con la honestidad intelectual y se revuelca en el lodo de lo atávico.
Y esto pasa cuando el cristianismo está pervertido. Cuando mandan los curas se anula la fe con una montaña de obras y tradiciones, y al final nos vemos incapaces de despegar el hocico del suelo. Como diría el Dr. Lutero:
Hieraus sehen wir, aus was für einem mächtigen Zorn Gottes es kam, dass gottlose Lehrer uns die Worte dieses Testaments verborgen und dadurch (soweit es an ihnen lag) den Glauben selbst ausgelöscht haben. Nun ist leicht zu sehen, was auf dem Erlöschen des Glaubens notwendig folgen musste, nämlich der ganz und gar gottlose Aberglaube an die Werke. Denn wo der Glaube untergeht und das Wort vom Glauben verstummt, da entstehen alsbald an dessen Stelle menschliche Werke und Satzungen von Werken. = «Por estos hechos comprendemos cuán grande es la ira de Dios por haber sucedido que doctores impíos nos ocultasen las palabras de este testamento y por eso mismo han extinguido la fe en cuanto de ellos dependía. Pues bien: resulta fácil comprender qué es lo que necesariamente seguiría a la extinción de la fe, a saber, las muy impías supersticiones de las obras. Allí donde sucumbe la fe y enmudece la palabra de la fe, surgen pronto en su lugar las obras y las tradiciones de las obras». La cautividad babilónica de la Iglesia , WA 6, 520, 7-12.
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