Leyendo al Dr. Martín Lutero uno sabe que la cristiandad desde muy antiguo sufre los embates de dos poderosos enemigos, armados por el diablo y que Dios utiliza para demostrar su ira en castigo por los pecados del mundo. Uno de esos enemigos es el Anticristo por antonomasia, aquél que se introdujo en la casa del Señor para sustituirlo, para acabar con la libertad cristiana, con el perdón de los pecados y las auténticas buenas obras y, en su lugar, colocarse él y su doctrina humana. Ese no es otro que el papa, y en estos días de beatificaciones y procesiones, hemos vuelto a ver cuán poderoso es. ¡Cuántas almas van camino del infierno conducidas por esta abominación romana! En el nombre del Señor destruye a Dios y todo cuanto Él nos dio, poniéndose Su Santidad, es decir, el Santo Padre (¡cuánto orgullo tienen!) como receptor del culto que solo Dios merece. Mirad, mirad las imágenes de la subida a los altares de JPII y decidme si ahí no veis idolatría y blasfemia contra Dios.
El otro enemigo, no menos poderoso, el Dr. Martín lo identificaba con el Turco, es decir, los musulmanes que entonces llegaron a las puertas de Viena, y que actualmente se infiltran en nuestras sociedades para difundir su veneno de intolerancia, odio y crueldad. Para los cristianos, el Turco es el azote de Dios: es el castigo que Dios depara a su pueblo cuando éste no sigue sus caminos, cuando se desvía de sus mandamientos. Nadie podrá decir que no nos advirtió, pero aun así, vemos con tristeza el hundimiento de la cristiandad (¿dónde habrá un cristiano digno de ese nombre?), atacada desde dentro y desde fuera, asaltada por hordas de papistas idólatras y turcos despiadados, retorciendo la historia para quedar ellos como los instrumentos de Dios cuando son los que más se han opuesto a sus designios. El mundo al revés en el que vivimos, donde lo bueno es malo y lo malo es bueno.
Y en este mundo hundido en el fango epicúreo y anticristiano, emerge con fuerza la nación de los Estados Unidos, el único referente moral válido entre tanta podredumbre como la que nos tienen habituados nuestros gobiernos de pandereta. Ajusticiando a los asesinos, sin descanso, empleando todo su poder para el bien de la humanidad, aunque todavía haya gentuza aquí y allí que les niegue el pan y la sal. América hoy más que nunca es la Jerusalén terrenal, la ciudad sobre la colina que tanta falta nos hace. Pero es que si no fuera por ellos... ¿dónde estaríamos, Dios mío?
Por eso, que ¡¡Dios bendiga a América!!
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