Alterum principium perfidiae illorum: quod vitam Christianam partiuntur in statum perfectionis et imperfectionis. Vulgo dant imperfectionis, sibi perfectionis statum. Et hanc differentiam non metiuntur iuxta mensuram spiritus et fidei et charitatis, quas certum est in vulgo potissimum regnare, sed iuxta pompam et larvam externorum operum et suorum votorum, in quibus nihil est neque spiritus, neque fidei, neque charitatis, quin spiritum fidei et charitatis extinguunt. Perfectionis status est, esse animosa fide contemptorem mortis, vitae, gloriae et totius mundi, et fervente charitate omnium servum. At vix invenias vitae et gloriae cupidiores, tum fide inaniores, qui mortem vehementius horreant, quam ii qui sunt monasticissimi. Quia fieri non potest (uti dicemus), quin fidem extinguant, qui votis et operibus confidunt. Confidunt autem, qui necessaria ea ducunt, dum enim timent illis omissis, necesse est, ut sperent eisdem servatis. Ab eodem pendent timor et spes: de quo alias. Merum commentum et ludibrium est de perfectionis et imperfectionis statu, ex ignorantia fidei proveniens, tantum ad seducendum idoneum. Cum ergo videamus monasticen istam refertam esse impietate, erroribus, ignorantia, ut, ubicunque eam spectes, ignorantiam, impietatem et errorem videas, quid dubitas eam displicere deo, et vota in illam facta esse irrita et solvenda penitus? Hi sunt pseudochristi, qui docent [Matth. 24, 23 f .]: ‘hic et illic est Christus’, et seducunt multos, atque adeo electos quoque signis et prodigiis mendacibus.
El segundo principio de la infidelidad de aquellos hombres es que dividen la vida cristiana en dos estados: el de la perfección, y el de la imperfección. Al pueblo en general le asignan el estado de imperfección, y a sí mismos el de perfección. Y esa diferencia la miden no según la medida del espíritu, de la fe y del amor –que incuestionablemente reinan entre la gente común en grado mucho mayor que en los conventos– sino según la pompa y engañosa apariencia de las obras externas y sus votos, en los cuales habrá de todo menos espíritu, fe y amor, puesto que así apagan deliberadamente el espíritu de fe y amor. El que vive en el estado de perfección es aquél que con fe ardiente desprecia la muerte, la vida, la gloria y el mundo entero[1] y con ferviente amor se hace siervo de todos. Pero difícilmente hallarás personas más apegadas a la vida, más ambiciosas, más carentes de fe, más aborrecedoras de la muerte que precisamente aquellos que se precian de ser los monjes más cabales. Por eso (como lo demostraremos más adelante) es imposible que la fe perdure en aquellos que confían en sus votos y buenas obras. Mas los que confían en sus votos y obras, son los que los consideran necesarios; pues si el omitirlos les causa temor, forzosamente, si los observan, tienen que cifrar en ellos su esperanza. De una y la misma cosa dependen el temor y la esperanza, como se detallará en otra parte. Lo que se dice sobre el estado de perfección e imperfección no es más que una fábula irrisoria proveniente de un desconocimiento absoluto de la fe, y sólo sirve para engañar a la gente. Así que, como salta a la vista que el monaquismo aquel está repleto de impiedad, errores e ignorancia, al punto de que sólo descubres ignorancia, impiedad y errores por dondequiera que lo mires, ¿qué dudas pueden caberte de que desagrada a Dios, y de que los votos hechos al respecto son nulos y deben ser rescindidos sin miramiento alguno? Estos son los falsos Cristos que dicen: «Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está» y que con sus señales y mentidos prodigios engañarán a muchos, aun a los escogidos, si fuera posible[2].
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