22 abr 2013

Sobre los votos monásticos (1521) XI


Fatemur et nos, virginitatem esse rem maximam, si res inter sese comparentur, sed simul dicimus: Si virgo sese itidem coram deo caeteris superiorem, imo parem fecerit, Satanae virgo est. In novissimo loco sedere docet Euangelium et invicem superiores arbitrari [Luc. 14, 10., Phil. 2, 3.]. Sic ergo tractanda et docenda est virginitas, ut nulla lege, nulla necessitate, nulla spe premii, sed gratuita et voluntaria mente servetur, ut exempli gratia virgo sic cogitet: Quanquam possim nubere, tamen placet virginem manere, non quia praecepta, non quia consulta, non quia praeciosa et magna prae caeteris virtutibus, sed quia sic mihi visum est vivere, sicut alteri visum est nubere vel agricolari. Nolo enim molestias coniugii, volo libera esse a curis et deo vacare. Ecce hoc est simplicitate Christiana virginem esse, quae non in seipsa, sed in Christo glorietur. Unusquisque enim in dono suo debet gratis deo servire, omnes autem communi fidei virginitate in uno Christo gloriari, ubi non est masculus neque femina, ita nec virgo nec coniunx, nec vidua nec coelebs, sed omnes unum in Christo [Gal. 3, 28.].
También nosotros reconocemos que la virginidad es una de las cosas más grandes, cuando de comparar cosas se trata; pero al mismo tiempo declaramos: si una virgen, por el mero hecho de serlo, se coloca a sí misma ante Dios en un plano superior a los demás, o siquiera igual, entonces es una virgen de Satanás. El evangelio nos enseña a sentarnos en el último lugar y a estimar cada uno a los demás como superiores a él mismo[1]. Por ende, la cuestión de la virginidad debe ser tratada y enseñada de una manera tal que se la observe no por alguna ley u obligación, no por la esperanza de obtener un premio, sino por libre voluntad, gratuitamente; una virgen debería abrigar, por ejemplo, este pensamiento: si bien nada me impide casarme, sin embargo prefiero permanecer virgen, no porque sea un mandamiento, o porque sea aconsejable, ni porque sea algo precioso y algo que sobresalga de entre las demás virtudes, sino porque me parece bien vivir en ese estado, así como a otro le parece bien casarse o dedicarse a la agricultura. Pues no quiero cargar con las molestias del matrimonio, sino que quiero estar libre de preocupaciones y tener tiempo para servir a Dios. He aquí, esto es lo que se llama ser una virgen en sencillez cristiana, que se gloría no de sí misma sino en Cristo. Pues cada cual debe servir a Dios gratuitamente con su propio don; todos empero, en la común virginidad de la fe, deben gloriarse en Cristo solo, donde no hay varón ni mujer, ni virgen ni cónyuge, ni viuda ni célibe, sino que todos son uno en Cristo[2].



[1] Lv. 14: 10; Fil. 2: 3.
[2] Gá. 3: 28.

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