Fatemur et nos, virginitatem esse rem maximam, si
res inter sese comparentur, sed simul dicimus: Si virgo sese itidem coram deo
caeteris superiorem, imo parem fecerit, Satanae virgo est. In novissimo loco
sedere docet Euangelium et invicem superiores arbitrari [Luc. 14, 10., Phil. 2, 3.]. Sic ergo tractanda et docenda est
virginitas, ut nulla lege, nulla necessitate, nulla spe premii, sed gratuita et
voluntaria mente servetur, ut exempli gratia virgo sic cogitet: Quanquam possim
nubere, tamen placet virginem manere, non quia praecepta, non quia consulta,
non quia praeciosa et magna prae caeteris virtutibus, sed quia sic mihi visum
est vivere, sicut alteri visum est nubere vel agricolari. Nolo enim molestias
coniugii, volo libera esse a curis et deo vacare. Ecce hoc est simplicitate Christiana
virginem esse, quae non in seipsa, sed in Christo glorietur. Unusquisque enim
in dono suo debet gratis deo servire, omnes autem communi fidei virginitate in
uno Christo gloriari, ubi non est masculus neque femina, ita nec virgo nec
coniunx, nec vidua nec coelebs, sed omnes unum in Christo [Gal. 3, 28.].
También
nosotros reconocemos que la virginidad es una de las cosas más grandes, cuando
de comparar cosas se trata; pero al mismo tiempo declaramos: si una virgen, por
el mero hecho de serlo, se coloca a sí misma ante Dios en un plano superior a
los demás, o siquiera igual, entonces es una virgen de Satanás. El evangelio
nos enseña a sentarnos en el último lugar y a estimar cada uno a los demás como
superiores a él mismo[1]. Por
ende, la cuestión de la virginidad debe ser tratada y enseñada de una manera
tal que se la observe no por alguna ley u obligación, no por la esperanza de
obtener un premio, sino por libre voluntad, gratuitamente; una virgen debería
abrigar, por ejemplo, este pensamiento: si bien nada me impide casarme, sin
embargo prefiero permanecer virgen, no porque sea un mandamiento, o porque sea aconsejable,
ni porque sea algo precioso y algo que sobresalga de entre las demás virtudes,
sino porque me parece bien vivir en ese estado, así como a
otro le parece bien casarse o dedicarse a la agricultura. Pues no quiero cargar
con las molestias del matrimonio, sino que quiero estar libre
de preocupaciones y tener tiempo para servir a Dios. He aquí, esto
es lo que se llama ser una virgen en sencillez cristiana, que se gloría no de
sí misma sino en Cristo. Pues cada cual debe servir a Dios gratuitamente con su
propio don; todos empero, en la común virginidad de la fe, deben gloriarse en
Cristo solo, donde no hay varón ni mujer, ni virgen ni cónyuge, ni
viuda ni célibe, sino que todos son uno en Cristo[2].
[1] Lv. 14: 10; Fil. 2: 3.
[2] Gá.
3: 28.
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