Fuente: Martín Lutero. Escritos políticos selectos. Trad. e introd. de Hans-Joachim Leu. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1968. (Cuadernos del Instituto de Estudios Políticos ; 16), págs. 13 y sigs.
La doctrina política de Martín Lutero, indudablemente atractiva para el interesado en la materia, es de difícil sistematización. No obstante, algunas ideas fundamentales pueden ser reseñadas con cierta facilidad (cf. E. Troeltsch. Die Soziallehren der Christlichen Kirchen und Gruppen. Tübingen: Mohr, 1912).
Para Lutero, el Estado es una institución divina. Sus dos brazos, el derecho y la espada, 'están en el mundo por orden y por voluntad de Dios'. Tal origen divino del estado deriva de la circunstancia de que su atributo más característico, la potestad, justifica su existencia en la misma voluntad de Dios, 'de quien es toda potestad', de donde saca la consecuencia de que el súbdito, aun en caso de abuso tiránico, no debe oponerse activamente, siéndole permitida tan sólo la resistencia pasiva y la emigración en caso de persecución religiosa. La nota más peculiar de la doctrina política luterana está constituida por la referencia a los dos regímenes que existen en el mundo, el régimen espiritual y el régimen secular (Los dos regímenes no deben entenderse como el «reino de Dios» y el «reino del diablo», puesto que ambos son creaciones divinas. El Reformador se vio forzado a hacer esta distinción a fin de enfrentarse, por una parte, a la vieja posición teocrática de la Iglesia Católica , la cual, en su opinión, pretendía convertir al Evangelio en ley, esto es en orden político que podía ser impuesto mediante la fuerza, y para oponerse, por la otra, a aquellos fanáticos que entendían la libertad evangélica como libertad absoluta, desprovista de todo orden jurídico). Tal separación se relaciona directamente con la división de los hombres en verdaderos creyentes en Cristo y bajo Cristo (ellos pertenecen al reino de Dios) y los no cristianos (que pertenecen al reino del mundo). Puesto que los últimos abundan en este mundo, el establecimiento del orden y de la paz han de ser la tarea de la autoridad secular. Para ello maneja la espada y el derecho y cumple con su cometido mediante el poder y la potestad, concebida por Lutero, según Troeltsch, a diferencia de lo que sucede en la concepción política católica, utilitaria y policíaca también, en forma más centralizada. El cristiano, que es pecador al mismo tiempo que justo [simul peccator et iustus], está sometido a la ley y a los tribunales, y al tiempo que es absuelto por el Evangelio, debe colaborar con la autoridad secular en todo cuanto le sea posible, debe ayudarla a llevar la espada la cual es necesaria, puesto que 'excesivamente poco se considera la palabra'. De tal forma parecería que el Estado no tuviera origen divino, sino que hubiera surgido como un producto del pecado, lo cual constituye una nota de semejanza con las concepciones agustinianas.
El contraste entre las dos actitudes a tomar por el cristino en esta vida, la obediencia a la autoridad y la colaboración con ella, por una parte, y el amor hacia el prójimo, con todas sus consecuencias, por la otra, es solucionado por uno de los postulados más característicos de la ética luterana, el de la distinción entre ética de oficio y ética personal. De acuerdo con este postulado, los oficios, los cargos, son buenos en principio. Su razón de ser, su justificación, derivan de la misma justificación, del mismo origen, de la autoridad y de los dos medios de los que ella se vale para la consecución de su fines, el derecho y la espada. Ahora bien, el que el ejercicio determinado cree la impresión de que no es bueno, que dé lugar a abusos, no tiene que ver en sí con este mismo oficio. Son sus titulares, pecadores al fin, quienes lo desacreditan por la manera de llevarlo a cabo. Son ellos, «petulantes y perversos», quienes crean el antagonismo aludido, el cual, claro está, no desaparece sino al coincidir la ética de oficio y la ética personal.
Hans-Joachim LEU
No hay comentarios:
Publicar un comentario