Hoy he acabado mi segunda traducción de una obra del Dr. Lutero, titulada: Sobre el papado de Roma, contra el famosísimo romanista de Leipzig (1520). Aquí os adelanto la primera página:
Prefacio
[285] Algo nuevo ha brotado en la llanura, y eso después de que
lloviera copiosamente estos años y de que maduraran muchas cosas del nuevo
tiempo. Hasta el momento son ya muchos los que me han atacado con injuriosas
palabras y eximias mentiras, sin que hayan logrado apenas nada. Ahora, a la
cabeza de todos ellos, los valerosos héroes gallardean en Leipzig, en la plaza,
y no sólo quieren que se les contemple, sino también entablar combate con quien
sea. Están tan bien armados que nunca me había tropezado con nada semejante. Tienen el yelmo en los pies, la espada en la
cabeza, el casco y la coraza colgando a la espalda, sostienen la lanza por la
punta y, de esta nueva guisa, la armadura en su conjunto les queda la mar de
caballeresca[1]. Y así pretenden demostrar
que al menos no han malgastado su tiempo (como les he acusado) en libros
fantasiosos con los que nunca han enseñado nada. Bien al contrario: tratan de conseguir
que se les alabe como quienes han sido concebidos, paridos, amamantados, acunados,
mecidos, educados y formados en la Sagrada Escritura.
Sería de todo punto razonable que se les tuviera miedo –si es que hay alguien
que puede tenérselo– para que su esfuerzo y buena intención no sean en vano.
¡Si Leipzig ha producido tales gigantes, será que el país tiene muy ricas
tierras!
Pero, para que entiendas
lo que quiero decir, considera lo siguiente: Silvestre, Cayetano, Eck, Emser[2] y ahora
Colonia y Lovaina me han mostrado ostentosamente sus caballerescas proezas,
habiendo ganado la honra y gloria que merecen; han defendido contra mí la causa
del papa y de las indulgencias de tal modo que ya desearían haber salido mejor
parados. Al final, algunos se han convencido de que lo mejor sería acometerme
como acometían los fariseos a Cristo [Mt. 22, 35]. Se han encomendado [todos] a
uno, pensando: “Si éste gana, ganamos todos. Si cae derrotado, él será el único
perdedor”, y el sabio y prudente envidioso[3] cree que
no me daré cuenta de ello. ¡Ea, pues!, para que no les salga todo mal, haré
como que no he comprendido en absoluto su juego. A cambio, les pido que tengan
a bien mirar hacia otro lado cuando, al golpear el costal, haga por atizarle
al asno[4]. Y si [286]
se niegan a atender esta petición, exijo como condición previa que, si digo algo
contrario a estos nuevos romanistas, herejes y blasfemadores de la Escritura , que tal
crítica no sólo se atribuya al pobre y atolondrado amanuense del monasterio de
los Descalzos[5]
de Leipzig, sino también y sobre todo a los generosos portaestandartes que no
se atreven a salir a la luz, pero que sin embargo desearían alcanzar la
victoria con el nombre de otro.
Ruego a todo buen
cristiano [que] tenga a bien tomar mis palabras, por más que puedan ser
burlonas e hirientes, como salidas de un corazón que se ha visto afligido por
un gran dolor, y que ha tenido que convertir la gravedad del caso en chanza. Y
todo debido a que en Leipzig –donde también hay personas piadosas que guardan la Escritura y la Palabra de Dios– este
blasfemo habla y escribe públicamente, aprecia y trata las santas palabras de
Dios no mejor que si un tonto del bote o de remate[6] las
hubiera inventado como historieta para el carnaval. Así pues, dado que a mi
Señor Cristo y a su santa Palabra, adquirida a tan alto precio con su sangre,
se les tiene por relato cómico y burlesco, me veo obligado a dejar a un lado la
seriedad y probar si yo también he aprendido a hacer burla y a decir bufonadas.
Tú sabes positivamente, mi Señor Jesucristo, qué es lo que siente mi corazón
ante éstos tus archiblasfemos; en eso confío y dejo que se cumpla [todo] en tu
nombre. Amén. Ellos jamás te podrán arrebatar que seas el Señor. Amén.
[1]
Cf. San Agustín. Confesiones, Lib. III, c. 7, p. 13: “Como si un ignorante en
armaduras, que no sabe lo que es propio de cada miembro, quisiera cubrir la
cabeza con las polainas y los pies con el casco y luego se quejase de que no le
venían bien las piezas.”
[2]
Algunos de los primeros adversarios de Lutero. Silvestre Prierias (1456-1523),
teólogo dominico, maestro del Sacro Palacio en Roma. Tomás de Vio (1469-1534), oriundo de Gaeta (de ahí
el alias), cardenal, dominico y vicario general de la orden. Juan Maier, de Eck
(1486-1543), profesor de teología en la Universidad de
Ingolstadt, rival de Lutero en la disputa de Leipzig (1519). Jerónimo Emser
(1478-1527), secretario del duque Jorge de Sajonia.
[3]
En el original: neydhard, del poeta
Neidhart von Reuenthal (s. XIII), personificación de la envidia por la
temática de sus composiciones.
[4]
Del dicho: Den Sack schlagen, aber den Esel meinen. Ecos del clásico: Qui asinum non potest, stratum cædit (Petronio,
Satyricon, XLV).
[5]
Por los franciscanos. Alveld era el provincial de dicha orden en Sajonia.
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