Así pues, aunque el concilio de Constanza fue muy poco santo, había una gran e inaplazable necesidad para su celebración y tuvo imperiosas razones para disponer y concluir que un concilio tenía que estar por encima del papa y no el papa por encima del concilio, y es que había tres papas y ninguno de ellos tenía la intención de renunciar en favor de los otros. De modo que se produjo gran confusión y el caos se adueñó de toda la Iglesia romana: cuando un papa excomulgaba a otro, aquél se apoderaba de los obispados y de los beneficios de éste, puesto que cada uno de ellos deseaba ser el único papa por encima de todo. De ahí no podía salir nada bueno. Este desbarajuste se prolongó durante treinta y nueve años, hasta el punto que todo el mundo clamaba y rogaba encarecidamente por un concilio que restableciera un único papa, pues en aquel tiempo la gente estaba convencida de que la cristiandad no podría subsistir sin papa. En tales circunstancias, las cinco naciones –Alemania, Italia, Francia, Inglaterra y España– se pusieron de acuerdo y apoyaron que se celebrara un concilio en Constanza, que el emperador Segismundo logró reunir con mucho esfuerzo. (Martín Lutero. Contra el papado de Roma, fundado por el diablo. 1545).
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