14 ene 2012

Contra el Estado del Bienestar

Nunca pensé que algún día escribiría un artículo contra lo que se conoce como el Estado del Bienestar, es decir, ese estado de cosas donde el poder público garantiza a sus ciudadanos la cobertura de unos servicios básicos de forma universal. Esos servicios, piensa mucha gente, se centran especialmente en las áreas de sanidad y educación. Aquí está el primer error. Bajo el pomposo epígrafe de "Estado del Bienestar" o "derechos sociales" se han ido colando toda una serie de mamandurrias que nada tienen que ver con el Welfare State y mucho con la cara dura de algunos. Me explico.
En mi ingenuidad pensaba que tal y como arreciaba la crisis económica en nuestro país, nuestros gobernantes serían sensatos y dejarían de hacer (y de pagar) cosas innecesarias y manifiestamente prescindibles para centrarse en lo que realmente importa. El Estado (así, con mayúsculas) tiene obligaciones que cumplir, muy bien delimitadas en la Constitución si se me apura. El resto es prescindible. Repito, prescindible. Pero me equivocaba. Resulta que lo que yo pensaba que era secundario, para ellos, es primario y no pueden vivir sin ello. Nuestra casta política no puede prescindir de sus privilegios, pero sí de salas de hospital. No puede prescindir de cientos de miles de gastos superfluos, pero sí de agentes del orden. ¿Adónde hemos llegado? ¿Es estado del bienestar subvencionar el cine, la televisión, las radios, los diarios, los partidos políticos, los sindicatos, las patronales, la iglesia católica, las iglesias evangélicas, las asociaciones musulmanas, judías y budistas, las onegés de todo tipo y condición (especialmente si actúan en el extranjero), las compañías aéreas de bajo coste, las eléctricas, las renovables, las universidades, los estudios de opinión, los pintores, los músicos, los hoteles, los casinos, las concesionarias de autopistas, los agricultores, los apicultores, los ganaderos, los productores de leche y de nata, los centros recreativos, los cines, los teatros, los cocineros, las empresas, los autónomos, los altos, los bajos, los negros y los blancos? Pero, ¡qué mierda de sociedad es ésta! Si no fuera por la crisis, habríamos llegado a un extremo que hasta por toser reclamaríamos una subvención, o una ayuda, o un subsidio, o qué hay de lo mío. Pues sí, yo estoy contra ESTE estado del bienestar. Que no te engañen, con la excusa de que hay que pagar hospitales, escuelas o carreteras, te meten todo lo demás, y si no, te suben el IRPF, el IBI, el IVA o lo que haga falta. El remedio a la mala gestión es la sangría chupóptera al personal, a “tuti cuanti”. El latrocinio de antes ahora se ha transmutado en esfuerzo fiscal.
Mentirosos y mil veces mentirosos. Sois vosotros los que no administráis bien, los que gastáis lo que no tenéis, y después venís aquí a sablear, a dar palos para sufragar vuestra ineptitud, vuestra incapacidad para dejar de gastar. ¡Parar, ya, que paréis de vampirizarnos! ¿Quién será el primero que salga y diga que quiere acabar con el Estado del Bienestar? Con el expolio sistemático de los ciudadanos para sufragar a escote los privilegios de la casta política y su troûpe de enchufados, amigos, amigotes, conocidos y otras hierbas. Quien diga algo así, a ése hay que oír. Sin demagogias, sin populismo, mirando a los ojos de la gente: Me comprometo a acabar con todo este dispendio, con la sociedad de la subvención y del subsidio; juro volver a los deberes antiguos del estado y poco más. Pero nadie se atreverá, todos son defensores a ultranza del estado del bienestar, es decir, de la mangancia, de la irresponsabilidad. ¡Oh tiempos, oh mores! Si hasta pagamos, vía impuestos, los cambios de sexo de algunos “por motivadas razones psicológicas”. Y a mí me ha salido un grano en el culo, no te jode. ¿Qué no pagaremos, o mejor, qué no deberemos con una mentalidad así, con unos políticos como éstos? Con un estado que se mete en todo y que arrambla con todo.

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