Sic quod charitatem exerceri inter ipsos monasticos posse, ut invicem serviant, verum est, sed non vere dictum. Charitas enim libera est, nullis personis proprie addicta, at illi suis et sibi ipsis duntaxat alligant, aliorum prorsus negligentes, quae charitas ficta est et fomentum sectarum et odiorum, sicuti videmus monasteria adversus monasteria, ordines adversus ordines mutuo insanire et zelare. Germana autem illa et universalis charitas ab Apostolo i. Corin. xiii. [1. Cor. 13.] descripta, quae omnibus exposita est, amicis et inimicis, ad serviendum, est illis prohibita et illicita. Quia, ut supra diximus, religioso non licet exire monasterium, visitare infirmos et alia Christiana obsequia impendere, etiam si opus sit et possit: imo contra pervertentes omnia, positis manuum operibus, ipsi ociosi sinunt solis sibi benefieri a toto mundo, omnium substantiam devorantes, bene sani et robusti, magno etiam incommodo vere pauperum, rependunt vero suis benefactoribus spiritualia opera misericordiae, quae sunt cultus ille dei, quem supra descripsimus, multum murmurando, boando, halando, legendo &c. In primis autem Missae illae execrabiles et abominabiles coram deo.
Así, si bien es cierto que puede ejercerse el amor cristiano entre los religiosos mismos, mediante el servicio que unos prestan a los otros, en la práctica, sin embargo ello no sucede. El amor es algo que se ejerce libre y espontáneamente, no con restricción a determinadas personas; ellos en cambio lo hacen extensivo sólo a los suyos y a sí mismos, descuidando por completo a los demás; tal amor es ficticio y fomenta facciones y odios, como lo vemos en las encarnizadas luchas de un convento contra otro, y de una orden contra la otra. Aquel amor genuino y universal, descripto por el Apóstol en 1 Corintios 13, que ofrece sus servicios a todos por igual, tanto amigos como enemigos: ése es para ellos cosa prohibida e ilícita. Pues como ya dijimos, a un religioso no le es lícito salir del monasterio, visitar enfermos y dedicarse a otros servicios cristianos, ni siquiera cuando existe la necesidad y posibilidad de hacerlo; por el contrario, a despecho de toda sana práctica, se quedan con los brazos cruzados, permitiendo que el mundo entero los colme de bienes a ellos solos; sanos y robustos, devoran el sustento de todos, incluso para gran perjuicio de los que en verdad son pobres. Y a sus benefactores les pagan con sus obras espirituales de misericordia, tales como aquel culto divino antes descripto, el mucho murmurar, el gritar, el cantar cadenciosamente, el leer, etc. Pero lo que ante todo es execrable y abominable delante de Dios son esas famosas misas.
Hac figura verborum et extinguunt vera illa, quae Christus exigit, opera misericordiae et seipsos solantur super extinctione eiusmodi, ne quando impietatem hanc agnoscant et poeniteant et venia digni fiant. Si pro solis adolescentibus eum morem servarent, ne passim liceret vagari, quo aetas mollior et fluxa facilius frenaretur et in monasteriis disceret domesticam charitatem, quam postea in publico exhiberet communem omnibus, tolerabilis, imo bona foret institutio. Nunc vero tota vita pueri sunt et domesticam discunt charitatem, imo eam summam et solam arbitrantur. Videmus autem divinum opus in Bernhardo et similibus, quos ne in puerili illa et angusta charitate relinqueret, rapuit in medias res mundi magnas et multas, ut in iis charitas genuinam suam vim ostenderet, diffusa dilatataque ad omnes, omnibus exposita et parata, atque hoc secreto miraculo illos servavit, ne perirent in damnabili isto instituto angustae et fictae charitatis, in qua caeteri hoc opus dei non intelligentes perierunt. Quanquam non negem aliquos ea charitate salvos factos, qua solis suis servierunt, quod occasio eis defuerit et aliis servire, cum ipsi parati essent omnibus servire. Ipsum institutum damno, quod prohibet servire aliis quam suis monasticis.
Con esa vana palabrería extinguen lo verdadero que Cristo exige, las obras de misericordia, y se consuelan a sí mismos de esa desaparición, no sea que algún día reconozcan su impiedad y se arrepientan de ella, y se hagan dignos de la gracia. Si esta costumbre (de recluirse en el monasterio, etc.), la observasen sólo en bien de los cofrades adolescentes, para no permitirles la posibilidad de vagar por todas partes, para poder refrenarlos tanto más fácilmente en esa su edad algo débil e inconstante, y para enseñarles en el monasterio el amor familiar que más tarde habrán de practicar en público y para con todos sin discriminación: entonces sería tolerable, y hasta se podría llamar una buena institución. ¡Pero en toda su vida son en realidad niños, y en toda su vida no aprenden otro amor que ese «amor doméstico», y para colmo creen que es el supremo y único amor! Pero veamos sin embargo el obrar divino en hombres tales como San Bernardo y otros: para no abandonarlos en ese amor pueril y estrecho, Dios los arrojó en medio de los muchos y grandes negocios de este mundo, para que en ellos el amor mostrase su verdadera fuerza, inundando y abarcando a todos, ofreciendo sus servicios a todos; y mediante este oculto milagro, Dios los preservó de perecer en aquella condenable práctica del amor estrecho y ficticio en la cual los demás, no entendiendo el obrar divino, perecieron. No quiero negar, por otra parte, que algunos llegaron a ser salvos aun teniendo un amor que se prodigaba a los suyos solamente, por cuanto les faltaba la ocasión de servir a los demás, si bien estaban sinceramente dispuestos a servir a todos. Lo que condeno es la práctica misma, porque prohíbe servir a persona alguna que no sea hermano del mismo convento.
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